viernes, 4 de mayo de 2012

Dolor de Ausencia


 Dedicado a mi hijo Camilo, ante la pena por su                                                                                                                  
                        Ausencia y con la esperanza por su regreso.

                                                                                Pedro Luís Gallego, serio y grave inhala el humo de su cigarrillo mientras conversa y saborea su café, en torno a una mesa con otros amigos  -viejos como él-  que parlotean igual;  son de los que creen que el buen café debe saber como huele y además, que debe ser elaborado en máquinas de vapor y no en viejas talegas de lona a la usanza domestica.   Se encuentran reunidos   --como siempre-   en un cafetín del centro de la ciudad donde se dan cita gran cantidad de otros señores como ellos, ya mayores;  visto desde la distancia, el cafetín debe asemejarse a una pequeña plaza de mercado en la que todos   -al tiempo-   hablan, gesticulan, ríen, alegan y hacen bromas;  cubiertos por esa niebla artificiosa del humo de los cigarrillos;  departen ante las mesas de los diferentes juegos:  De cartas, tableros de parqués y dominós;   y al fondo, unas pocas mesas de pool y de carambola libre    -viejas y mal cuidadas, como sus asiduos usuarios-   cierran el conjunto.

Yo no he podido comprender, ni siquiera descubrir que fue lo que le hice a ese porquería, para que me abandonara de tal manera   -Dice Pedro Luís-    Era tan bueno, era tan queridito.   –Continúa-   Con su mamá y sus hermanitas era supremamente especial.   Con ella salían tomados de las manos, como si fueran novios   -y remeda con gestos su narración-  en medio de los detalles más dulces y delicados.   Era una maravilla ese hijo.  Se que despertaba la admiración, y quizás la envidia del vecindario.   –Hace una pausa para absorber de su cigarrillo y saborear el tinto en una jícara de cerámica porcelanizada y adornada con motivos floreados-   y retoma el tema:   Conmigo era más serio, no ocultaba que para nada estaba de acuerdo con mis maneras y que definitivamente yo no era alguien con quien emular, ni a quien imitar.   

Frecuentemente chocábamos,  pero yo entendía esos roces como normales dentro de una relación de padre-hijo.  Para él yo era un viejo cansón y hasta llegué a saber que en ocasiones  quiso tomarse alguna libertades;  lo que desde luego no le permití, dejándole muy en claro quien era el gallo que allí cantaba.   –Pedro Luís toma un sorbo, aspira el humo e inclina un poco su sombrero de paño negro, viejo pero muy bien cuidado y cepillado con esmero-  y vuelve al tema:   Nuestra relación se afectó y sufrió un cambio que poco a poco se hizo evidente:   Me trataba poco; con respeto sí, pero sin meloseria y prácticamente no me involucraba en sus planes.   Con su madre y sus dos hermanitas siguió siendo el mismo meloso y cismático de siempre, hasta que se consiguió una novia.    Era una bella niña rubia, grande y bonita, tenía una mirada tan dulce que a mi me parecía la mirada inocente de un corderito.         –Aunque yo no conozco los corderos más que por referencias en cines o en textos, eso era lo que me hacía pensar al contemplarla-  Y continúa:  Obviamente la mamá de él se sintió muy tocada con este acontecimiento, ese noviazgo la afectó muchísimo.  Era tan notorio su malestar que yo mismo, en algunas ocasiones le hice el comentario que parecía una celosa, que exageraba los defectos que creía hallarle a esa niña y en general, que lo más sano y lo mejor que le puede ocurrir a uno, a los veinte, es tropezar con el amor contenido en un hermoso cuerpo como el de ella, sólo para uno descubrirlo, degustarlo y disfrutarlo.   Los dos años de aquel noviazgo, fueron para la madre de mi único hijo varón una tortura larga y tenaz;  se que urdía la manera de despegar a su chico de aquellos brazos deliciosos y tiernos;  hasta que el hombre la encaró:  ¡¡Mamá!!  -Dizque le dijo-  me voy a vivir con Chavita,    así se llama mi nuera; nos vamos a Bogotá a trabajar y a estudiar,  allí vive gran parte de su familia y nos apoyarán; no nos casaremos   -pues no creemos en la santa institución-  pero vamos a fundar una familia y por favor no llores que no voy a morir;  no me jodas ni me cantaleties que ya no soy un chiquito;  así pues que hasta aquí llegamos, adios.    –Ella me lo dijo bañada en llanto esa misma noche-   Pedro:   “Betico”   -Alberto Gallego se llama mi hijo, pero su mamá, empeñada en no dejarlo crecer, aún lo llama “Betico”-   se fue de casa,  dice que fundará una familia con esa porquería, como si no hubieran más.    –Y llore-    Más que una despedida fue un regaño por el delito de quererlo tanto;  remató.    -Y dale a la chilladera-    Tu sabes que es lo que más me duele Pedro?    -No mijita, no lo sé.   Le respondí-    Pues no haber podido entrar al templo de su brazo, a entregarlo como dios manda; ante la mirada de nuestras amistades y de toda la sociedad   -como debe ser-   ¡¡Ante los ojos del Señor!!.   Y continuaba llorando y llorando.  Hubo que buscar ayuda profesional, hubo que consultar con el especialista para estos casos;  hubo que darle un paseo   -el agua de mar como que es sanadora, como que lo cura todo-   se le dio un paseo a la costa, a entretenerla, a divertirla.   Con decirles que hasta me tocó cambiar los muebles y los cuadros y todo;  hasta los tendidos y los manteles;    -Yo no sé si ese hijueputa médico tenía mueblería propia o si era comisionista-   pero me convenció de cambiar todo dizque por  “La salud mental de la señora”.    No faltó sino cambiarle el marido.  Todavía no me repongo de ese tremendo gasto, aún me duele la billetera.   –Hace una breve pausa, enciende el otro y continúa su relato-    Bueno señores, para terminarles les diré que de esto hace ya diez años y mi pobre mujer aún sufre a lágrima viva por ese hijo;  y yo, ni que se los tenga que decir:  A diario me atormenta y me preocupa;  a diario siento ese vacío en mi vida;  y aunque sabemos por otras personas como están y que tienen hijitos y todo, nos hiere que ni siquiera conocemos esos nietecitos ni en fotos.   Para nosotros ese hombre, su mujer y sus hijitos, nunca han tenido ni una mísera postal, ni una infeliz llamada; nada……¡¡no existimos para ellos!!

Después de un breve momento de silenciosa pausa, con sorbida de café e inhalada de humo de cigarrillo, el hombre se destapa con esta confesión:   Cómo será lo que me ha afectado ese asunto, que un día hice una embarrada tremenda;  lo que ahora llaman un oso;  pero eso sí, un oso el verraco de grande.  Cómo les parece que estaba yo muy enviciadito a frecuentar el parque de “La catalina” y había allí una muchachita muy queridita a la que yo cortejaba;  le compraba sus productos   -unos ricos pastelitos de yuca con carne molida-  y siempre que le pagaba, le dejaba las vueltas y le decía bobaditas y le cogía las manitas;  y les confieso   -sin ninguna pena-   que le proponía cositas.   Pero ella, muy viva, tomaba la propinita, sobaba al viejito con dos o tres sonrisitas coquetonas, pero no más de ahí.     -El hombre aclara su garganta con un par de sonoros estornudos a manera de ronquidos-   toma más café y sigue con su tema:   Pues bien, un buen día me estoy deleitando con una delicia de aquellas, cuando veo que por el centro del parque, alrededor del monumento de “La catalina” pasea lentamente Rodolfo Bermeo;  el mismísimo padre de Chavita, mi nuera;  y observo que tras él, caminan tres muchachitos rubios y entonces yo supuse que eran sus nietos, y desde luego los míos.   El del medio al mirar a su alrededor me da la cara y veo en ese chico a mi hijo:  ¡¡Era la misma cara de Alberto cuando chiquito!!   Los mismos bucles de cabello ligeramente ondulados que le sobresalían por las orejitas a manera de patillas y esa misma miradita maliciosa de sus hermosos ojos negros acompañada de su sonrisa tímida, dulce y alegre.    Salté de mi silla y en dos o tres zancadas estuve allí   -abrace aquel niño y lo cubrí de besos-   y le dije en voz alta que yo era su papito, que yo era su abuelito y le decía que lo amaba.   En medio de tanta emoción no me percaté del tremendo escándalo que se formó a mi alrededor, con esos muchachitos llorando y gritando y corriendo a llamar a su mamá.   Una señorona gorda y bonita y muy bien arreglada me halaba de la camisa mientras con voz fuerte me decía que soltara a su niño que le iba a hacer daño;  allí fue como si despertara de una pesadilla y ví realmente a aquel chico que yo abrazaba y que en nada se parecía a mi hijo cuando tuvo su edad.    Entonces comprendí que mi imaginación me había jugado una mala pasada, que sufrí un maldito espejismo al ver en ese niño   -tan diferente-   a mi hijo amado, tal cual como cuando era chiquito.  Que cosa tremenda, disculpas y explicaciones van y vienen y en medio de semejante agite alguien sugiere que posiblemente yo era un corruptor, o un pederasta, o un sádico robador de chicos y no sé cuantas cosas más;  yo en mi defensa alego que el pendejo se me parece a mi nieto y me sostengo en ello  -a pesar de que ni siquiera lo conozco-  y claro, otras personas que me conocen argumentando toda clase de cosas hablan a mi favor y finalmente el asunto queda zanjado.  Cuando ya la cosa está calmada, en un momento de silencio   -de esos silencios raros que se dan a veces y que la gente suele decir que pasa un ánima-   se oye con toda claridad la voz de la pastelera;  la chica de los pasteles de yuca y carne molida, la dueña de mi corazón y de mis amores, la que en la imaginación me arrulla en las noches;  declara fuerte y claramente :  ¡¡Sí, es un viejo verde, es corrompido y es malo;  a mí me mantiene diciendo cosas  y proponiéndome babosadas;  yo le tengo mucha desconfianza;  deberían de meterlo preso!!   Yo señores, cuando escuché esto quedé perplejo.  Fue como una cascada de silencio que pesó en el ambiente y que luego se llenó con estas palabras que me hirieron y me laceraron de tal manera que me aleje de allí como un maldito perro apaleado:  Con el rabo entre las patas y la mirada clavada contra el piso.  Fue horrendo.  Huí de ahí como si de verdad fuera culpable de algún grave pecado, presuroso y sin volver la vista atrás.  

Cuanto dolor me causó después aquella espinita que clavó en mi corazón la dulce pastelera del alma mía;  y cuanto tiempo perdí después buscando por todas partes a Rodolfo Bermeo, sin verlo y sin que nadie me diera razón de él pues ya hacía muchos años se había marchado con toda la familia para Bogotá.  Cuanto sufrí por ese maldito espejismo que me presentó a mi hijo amado en la personita de aquel chiquito en el parque de “La catalina”;  cuanto sufrí esperando que de pronto se me repitiera  -con el temor de que se me corriera la teja-.    Jamás volví por allí y aún hoy me cuesta mencionar ese malparido parque.

Yo, señores   -continúa diciendo Pedro Luís Gallego, emocionadamente-   aún no he podido asimilar cual fue el mal tan grande que le hicimos a ese hijo para que nos borrara de esa manera de su vida.  Y confieso que a veces me pregunto por qué   -en términos generales-   para los hijos las únicas que tienen sentimientos y merecen ser tratadas con consideración son las madres;  los padres es como si no contáramos.   Como dijo alguien alguna vez:   ¡¡Padre es cualquier hijueputa !!

Se hizo una larga pausa de silencio en la que los viejos se miraron unos a otros con se tipo de mirada interrogante que pareciera decir :  “…..Umm, quien sabe……?”.   Luego de esta pausa  Salomón Ordóñez, un profesor ya retirado; un hombrecillo menudo y gentil, pulcro en sus maneras de vestir y de actuar;  de grandes gafas enmarcadas en carey y con cara de ratoncillo asustadizo tomó la palabra y ceremoniosamente dijo:  ¡¡ Mi querido Galleguito, es que la maternidad se vive, pero a ser padre, hay que aprender!!   Esa es la diferencia.   

Y continuó:   La mujer asume desde el momento de la concepción un rol íntimo y muy personal, que la involucra con una larga y compleja serie de cambios físicos y sicológicos;  dentro de ella se gesta una vida, en su vientre crece una criatura y en su corazón o mejor en su mente o en su alma crece la ilusión.  Me explico?   Mientras en su interior físico gana peso y se desarrolla el bebe, en su interior síquico palpita una ilusión.   Ellas desde el momento mismo de la concepción sueñan con su bebé, le tejen, le hacen sus bobaditas y se van aprontando de toda clase de cosas:  Talcos, cremas y demás cosas para recibirlo en el futuro.    Para el tipo es mas difícil….tenemos   -los hombres-   una herencia de muy lejanos antepasados que prácticamente nos limita a engendrar y no más;  hemos ganado en mucho  culturalmente, para modificar esta conducta;  pero aún hoy, cuando el tipo se entera que la preñó sus primeras reacciones son soslayar su responsabilidad, huir, escurrir el bulto      -gesticula con las manos dramatizando sus palabras-     Por qué creen ustedes señores, que los gobiernos en todas partes han legislado para obligar a los padres a responder?   Por qué los lazos familiares, casi en todas las culturas,   hay que sellarlos con amarras indelebles e indisolubles; con sentencias infranqueables como por ejemplo, esa sentencia absurda de que:  Hasta que la muerte los separe?      -Los mira ampulosamente, como si fueran sus alumnos y esperara algún cuestionamiento o comentario-   luego retoma el tema:   Si observas un poco más profundo descubrirás que mientras la mujer teje el camisoncito y apronta las cosillas para recibir a su futuro bebé, el tipo está urdiendo como es que saldrá del impase;  está maquinando como eludir la responsabilidad;  está muriendo del susto.  ¡¡ Ella sueña ilusionada, él se come las uñas de los nervios!!   Sólo cuando el tipo a reincidido en la paternidad en dos o más veces la asume con tranquilidad, por que las experiencias anteriores lo han formado en el difícil arte de ser padre.    De ejemplos de madres solas criando y llevando a sus hijos de la mano estamos llenos.   Mujeres que por abandono de sus compañeros, o por que enviudaron les toca hacer el doble papel de padre y madre, y se rompen el cuero   -literalmente-   por sus hijos;  dan la pelea.   Así su hijo haya nacido tarado o sea un monstruo más torcido que un ocho, o baboseando como un San bernardo, para ella es su niño;  lo encuentra hermoso y cree en el milagro de que mañana será mejor; no pierde la esperanza y va con ilusión a por ese futuro.   Mientras que  el padre muchas veces no es más que una referencia, o una fotografía añejándose en un álbum;  o un ausente del que nada se sabe y a quien no le importa nada la suerte de ese nuevo ser.   por que como tú mismo dijiste al terminar tu relato:    ¡¡Padre es cualquier hijueputa!!     -Hace una nueva pausa para observar a sus contertulios y luego remata :    Embriagados de soberbia vamos por la vida, inflados  -como el pavo real-  jactándonos de ser inteligentes y creyéndonos los mejores;  pero en la intimidad de nuestro interior   -en la soledad íntima de nuestro ser-    somos un manojo de nervios y temblamos de pánico al confrontarnos con realidades como esa de la vida en desarrollo y nos sentimos estúpidos ante el milagro de la paternidad.  En conclusión no somos nada más que lo que ya tú dijiste.

2 comentarios:

  1. los hijos son nuestros mientras estan pequeños,ya grandes son sus propios ideales los que los gobiernan,les damos miles de consejos pero...nadie aprende de experiencia ajena.....en fin el amor de los padres es para siempre.

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  2. Con una inmensa alegría estoy leyendo la majestuosidad de tus escritos, y me llena de satisfacción la decisión de utilizar los medios tecnológicos para dalos a conocer; y animar a otras persona que pueden estar en el anonimato o escondiendo su talento literario.
    Embellecer un papel en blanco con las palabras precisas, no es un trabajo fácil, lo sé por la rigurosidad de mi trabajo. Pero tus trabajos sé que pronto tendrán un reconocimiento, por tan gran esfuerzo.
    Simplemente te animo que sigas con tus producciones y me lleno de inmensa alegría por estos trabajos.
    Sigue, en este tu camino.

    Con mucho cariño, tu amigo Julio Aguirre

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