martes, 3 de julio de 2012

ULTRAJE



Capitulo  primero  :  “El engaño”


Alba  Fanny  Amaya  abrió lentamente los ojos, observó el ambiente que la rodeaba;  paseó la mirada por el cielo-raso de blanco impoluto, agredido únicamente por una lámpara de luces indirectas, en acero inoxidable;   comprendió que estaba en una habitación de hospital.   Trató de hacer un giro,  no pudo;  entonces entendió que solo podía disponer de sus ojos.  Comprendió que únicamente disponía de su mirada.     Los demás miembros de su cuerpo ni siquiera los sentía;  intentando modular alguna palabra fue cayendo en un sueño pesado, sintió su cuerpo caer en picada como si fuera el de un trapecista lanzado al vacío y  se sumió nuevamente en las profundas brumas del sueño.

Casi una hora después despertó de nuevo.   La agradable brisa de aire frío recorrió las partes de su cuerpo que están destapadas   –entonces comprendió que recuperó la sensibilidad-.   Ya siente un leve dolor en la mano penetrada por el catéter.   Siente tambien la frescura del aire en sus hombros y en su cuello.  Ahora descubre que tiene una careta transparente en su rostro a manera de mascarilla.  –Tiene oxígeno-  deduce que su caso debe revestir alguna gravedad.   “Que extraño, no recuerdo nada”   se dice a sí misma.   En ese mismo momento escucha  una voz suave que le dice:  ¡¡Hola mi niña, al fin despiertas!!   Giró un poco la cabeza y vio a una dama ya mayor, de aspecto bonachón abandonar un asiento cerca de allí y aproximarse a ella.   Lo primero que hace la enfermera es comprobar el pulso, examinándolo con una mano y observando simultáneamente el reloj.   -Mientras cumple con ese trabajo le habla-   hace comentarios acerca de lo bien y lo rápido que salió del sopor de la anestesia.  Luego de leer en una especie de pantalla unas indicaciones le retira la careta del oxígeno y de manera simultánea le advierte que permanezca en silencio unos diez minutos antes de hablar.   Y se concentra en observar como asume la paciente el cambio de respiración asistida a respiración normal.

Alba Fanny se revolcó un poco en su lecho, comprobó la movilidad de cada uno de sus pies y de sus manos;  mueve sus dedos.    Nada le duele, respira bien, escucha bien.    Carraspea un poco antes de hablar y con cierta timidez   –como si  decirlo le trajera consecuencias graves-  pide agua.  Agua ?   Preguntó la señora que aparentaba estar oculta bajo ese gorro de enfermera.  Si,  déme agua que siento seca la boca   -expresó tímidamente-.   La señora toma un paquete de gasa y mientras lo humedece dice en voz alta a manera de respuesta:  Ay, olvide que al cambiar la respiración, el aire frío reseca la garganta;  actúa igual que el polvo al ser inhalado.   Y simultáneamente acerca a los labios de Alba Fanny el objeto de gasa humedecido y a manera de dispensador le permite chupar de él y humedecer sus labios y su garganta.

Bueno, dígame señora:  Dónde estoy ?...... qué hago aquí ?....  por qué motivo despierto en una cama de hospital ?   Aquella señora la mira a los ojos por primera vez,   –con temor-   con esa mirada avergonzada, escurridiza y taimada con que mira el que miente.    Alba Fanny a leer el temor en esa mirada se contagia y es invadida súbitamente por el miedo;  ahora tiene ante sí a una vieja de mirada torva y escurridiza   –como de una rata-   ahora tiene ante ella a la culpable de una trasgresión, más que a una enfermera;  intuye que está frente a la cómplice de su desgracia;  entonces insiste en preguntar:  Por dios qué pasa, qué hago yo aquí,  dígame usted ?   La enfermera, como si quisiere refugiarse bajo la cama se agacha un poco y desde ahí, sin dignarse mirarla, le responde:   Que pena mi niña, pero yo no se nada.   Cuando  recibí el turno a las seis de la tarde ya tu estabas aquí.   Yo sólo se lo que dice la hoja de rutina que me guía para asistirte, para dispensarte los medicamentos y cuidarte.   La chica la mira con esa mirada desprovista de astucia, con esa mirada pasiva con que miran las víctimas a sus verdugos.   Está embargada por la pena, hecha un mar de dudas; entonces pregunta nuevamente:   Dónde estamos ?    Qué es esto aquí ?   La señora insegura, nerviosa, en esa actitud ampulosa y descalificadora con que una madre mira a su chico antes de aplastarlo con un “No te hagas el majadero que lo sabes muy bien”         Fingiendo la voz para suavizarla casi hasta la dulzura le dice:   Cómo,  acaso no lo sabes ?..... Estamos en la clínica del doctor Rossy…..esta es la clínica privada del doctor  Jacobo Rossy,  el famoso gineco-obstetra italiano.   –El mejor en toda la costa-    La señora no para de hablar ponderando a la afamada clínica y a su   –según ella-  famosísimo propietario; el flamante médico italiano de gran prestigio.

La chica mientras escucha hablar a la enfermera, hace un recuento de su situación.   Ahora le resulta evidente que está ahí por su propia decisión, había venido a consulta con un médico ginecólogo;  el tipo determinaría si estaba realmente embarazada para empezar desde ya a controlarla.   Si algo quería ella en la vida era embarazarse de Jaime  -su amor-.   Adoraba en tan desproporcionada dimensión a su hombre, que ciega y loca de amor por él, en cada entrega se daba en totalidad, en cada entrega se daba a tope.  Y él,  se prodigaba también en esas entregas febriles y apasionadas,  -enloquecedoras-  en que se entregaban el uno a la otra sin ambagues   -con todo-   ella sabía bien que él la adoraba, sentía como vibraba de amor por ella en esas comuniones amorosas donde ambos rozaban  la locura, hasta alcanzar el frenesí.

De pronto como una ráfaga de viento helado, cruzo por su mente la duda:  El mismo, él personalmente le daba cada día la pastilla de planificar.  Aprontaba el vaso con agua y le introducía la pastilla a la boca;  y claro, ella la escondía hábilmente bajo la lengua hasta que hubiera ocasión de arrojarla, por que ella quería quedar, aunque él no.   Con muchos y muy importantes argumentos el sustentaba reiteradamente su tesis de que no debían  de “encargar”;  que no estaba bien “reproducirse como ratones”.  Solía decir que echar un “polvito” sin prevención era amargarse la vida.  Y claro, ella defendía lo suyo:  El milagro del amor palpitando en su regazo  -con sus ojos negros profundos-  con sus grandes manos de artista, con su sonrisa jovial;  mejor aún:   -El en miniatura-   para nada una criaturita que solo daba amor les iba a amargar la vida.  Y,  -pensaba ahora-  esas discusiones se prolongaban largamente, ella que sí  …–por fa…-   Y  él:  ¡¡ Que no, y no y punto !!

Un buen día la bendita pasta falló, claro:   -como no iba a fallar si ella la arrojaba-   Estalló de felicidad, gritó de la alegría;  él serio, parco, solo atinó a decir:  “Será como tu quieras”.   Entonces vino la prueba inicial: positivo.  El se fingió feliz, le dijo como de pasada que pediría una cita con un buen médico  -el mejor-   pues quería que estuviera muy bien cuidada.   Dos o tres días después le dijo:  Mañana vamos a consulta con un muy buen ginecólogo, a las siete y media;  yo voy contigo.
Al entrar a la consulta ella llenó un formulario y lo firmó, y firmó además otros papeles.  Y claro   –Jaime allí-   tan atento, tan galante.   Dónde estaría ahora ?   Se animó a preguntar de nuevo:  Señora, el médico cuando viene ?   La señora le respondió que solo eran las cinco y cuarto de la madrugada y que el médico llegaba después de las seis.   Trató de conciliar un poco mas el sueño pero fue en vano;  Jaime danzaba en su cabeza, como un mal presagio,   -escurridizo y temeroso-.    Alba Fanny empezó a presentir algo muy malo.
El médico llegó muy puntual.  Era un hombre de gran estatura, pero le pareció demasiado delgado;  de barba rubia   –bien arreglada-   tenia en la voz un ligero acento extranjero;  de finas maneras y muy seguro al conducirse.    Empezó a examinarla lentamente,  palpando con mano ágil el vientre, el bajo vientre y la vagina;  preguntando simultáneamente si duele aquí o acá, y claro, ella contestando.    Luego escribe algo en un formulario pegado a una tabla con un gancho de presión.   Habla con la enfermera que recibe el turno y la instruye.   –Allí cae en cuenta Alba Fanny, que la señora que amaneció con ella ya no está y siente un poco de pena al comprobar que no dijo ni adiós-  Cuando ya el médico se va a retirar le toma una mano en un gesto de dulzura  –casi paternal-   y le pregunta si quiere algo, si necesita algo.   Ella le dice que no con un movimiento de cabeza y acto seguido le pregunta por Jaime.  El médico dice que cree que vendrá mas tarde y se despide.

La nueva dama acompañante es tal cual como la que se fue:  atenta, solícita y conversadora.   Le explica que deberá asearse por si misma y la anima a que si necesita ayuda se lo haga saber.   Promediando el medio día  Alba Fanny recibe la visita de Jaime;   él,  con fingida alegría le besa la mejilla, le sonríe y le pregunta como se siente;  y finalmente, le comunica que ya se van;  ya  están preparando la cuenta para llevarla de regreso a casa.   Ella se limita a observarlo y piensa :  por que nadie me dice que me pasó ?   qué me sucedió ?    -Intuye-   sabe lo peor;   pero no tiene el valor de expresarlo.

                           

Capitulo   Segundo  :     “ R o s a s ”


Ya ha transcurrido un día en casa;  al lujoso apartamento del condominio  “Las amapolas”,  en cuarto piso, con vista al mar, amplio y muy acogedor;  llega en la mañana Jaime Rivera,  el joven empresario sale del ascensor que lo deja directamente en la sala de  recibo de su apartamento.  No amanece ahí pues está casado y para nada en el mundo esta dispuesto a arriesgar su matrimonio;    -de esto ya se ha hablado muchas veces,  es por esta  razón que no quiere descendencia-.   Con Alba Fanny viven bien, se comprenden y se quieren.   La ama, pero definitivamente por nada del mundo quiere tener hijos extramatrimoniales y ni hablar de la posibilidad de una separación o de un divorcio, no;   ni siquiera está dentro de las posibilidades.   
Nunca lo ha dicho en voz alta,  pero un divorcio le costaría una fortuna, lo descuadraría de una manera tremenda y él no piensa correr ese riesgo.  Prefiere vivir en el infierno de su matrimonio,  a destrozar su familia y menoscabar su imperio económico, por un amor que al fin y al cabo ya es suyo;  al fin y al cabo ya disfruta de ese paraíso de amor, que le sirve de soporte y de contraparte a ese matrimonio que lo asfixia y lo oprime, donde lo  único que realmente vale la pena son sus hijos.

Pensando en estas cosas entra en casa y encuentra que todo está tal cual como lo dejó la noche anterior;  entra a la alcoba y ahí, recostada en los altos almohadones a manera de cabecera está Alba Fanny;  con la mirada perdida hacia el ventanal, lejana, como si durmiera con los ojos abiertos, encharcados.   El, solícito, se acerca, besa suavemente sus mejillas y a manera de saludo formula unas palabras suaves, a su oído.   Ella nada dice, por sus mejillas se desprenden las lágrimas lentas; llora en silencio, llora sin aspavientos; calmadamente se desgranan como gotas de rocío transparentes sus lágrimas. 

El observa que en la mesa de noche están la jarra de agua, la jarra de jugo y la bandeja con la cena;  todo está allí sin dar señales de haber sido tocado por la señora de la casa.   Entonces la increpa:   Bueno, dime que pasa…… es que tú me quieres enloquecer a mí…. ?     ¡¡ Tu no paras de llorar mujer por Dios !!   -Calla y observa-   Alba Fanny,  como si no fuera con ella con quien hablara, nada dice.   No da muestras de haber escuchado.   El hombre   -paciente-   se acerca,  se sienta al borde de la cama y le toma la mano, se la lleva a la cara y la rosa en su mejilla, la cubre de besos.   Por favor   –dice con suavidad-  Dime algo.   Háblame de lo que piensas.   Enróstrame mi pecado, por favor;  no me hagas esto de verte consumir en llanto,  sin siquiera quejarte…..   -Sube la voz-  ¡¡ Dime algo por Dios !!    Insúltame, grítame, pégame en el rostro, haz algo….   –Grita-   Yo voy a enloquecer si sigues así.     Se levanta de allí.   La mira por un momento como esperando una respuesta, toma la chaqueta que previamente colgó del perchero al entrar, da grandes pasos por la amplia habitación gesticulando y finalmente se sienta en la salita de estar que ocupa un rincón de cuarto, donde solían ver TV o escuchar música.   Allí sentado se toma la cabeza con ambas manos y dice como para sí:   Qué debo hacer Dios?   Qué debo hacer ?

Alba Fanny lo observa a través de las brumosas lágrimas, siente un poco de piedad por él, por su sufrimiento;   cuando cree que se va a ablandar hace el esfuerzo de recordarse a sí misma en el feliz embarazo, en el enredo de llevarla  a esa clínica a una consulta y con ese engaño cogerle   –firmada-   la autorización para el legrado.   Cómo le tiende esa tremenda trampa ese ángel de amor ?   Ese ser tan tierno….. ese semidios….?    Cómo Jaime mata a su propio hijo y ella lo va a perdonar ?    No, no y no.    –Ahora es cuando ve lo egoísta que ha sido este hombre-   ahora es que lo empieza a conocer realmente;  es la misma mentira de la seducción ocultando el matrimonio;  es la misma mentira para conseguir aplazar el embarazo.   Ahora reconoce claramente a aquel monstruo de amor, manipulador, engañador, abusador;        -como la siniestra araña-   tejió con tiempo su tela;  urdió con tiempo el engaño y allí hizo caer a su propio hijo;  allí lo cazó y lo eliminó como eliminan a sus rivales los de cuello blanco:   Por terceras manos.

Ha llegado la mucama, es una negrita menuda, de rostro gentil y de muy buenas maneras.  Jaime apenas ve entrar a la chica la toma por el brazo y salen juntos hacia el patio de ropas;   ahí entre materas de plantas hermosas              –florecidas-    el señor habla a la chica, y le recomienda que haga que su patrona coma, que la haga beber    –o se deshidratara-    que en lo posible la haga levantar y le insiste en que la haga salir de ahí;  que la lleve a la playa; que se esfuerce en convencerla de reanimarse;  y él, se lo agradecerá;   personalmente   –promete-   la compensará.    Y agrega que así como pagó por ese daño, puede también pagar por la reparación.

Y así, entre promesas y recomendaciones explica que debe irse pues está en el tiempo límite para llegar a una muy importante cita de negocios.   Al pasar por la alcoba mira a su mujer que está en la misma posición de antes y sin acercarse a ella, sale dando un portazo.

Un rato después entra la mucama, saluda a su señora y le pregunta si le prepara un café, o si quiere una rebanada de pastel, una tortilla o algo;  trata inútilmente de establecer el dialogo, pero es tan de pocas palabras que desiste rápidamente sin lograr siquiera que la señora le conteste algo.    Luego comenta que el señor quiere que beba, quiere que coma, quiere que salga a caminar por la playa.   Le pide por favor que se anime, que le conteste algo, que aunque sea sin palabras le de una señal de que la escucha y la comprende;  pero Alba Fanny es una muralla;  Finalmente la muchacha desiste de su empeño.   
El ding-dong del timbre la hace salir.   De portería anuncian a un mensajero por el citófono interno y la chica luego de contestar va  a la puerta a esperar;  recibe un gran ramo de rosas.   Son las rosas mas hermosas y frescas y es el ramo mas grande que la mucama ha visto en su vida;  vienen con una tarjeta hermosísima con una inscripción pidiendo perdón.   La chica entra en la alcoba  portando tal belleza,  feliz;    -tan feliz como si fueran para ella aquellas rosas-    las lleva ante la señora y le expresa con alegría lo que es.    Pero la señora no sale de su mutismo;   la señora no se digna siquiera mirar el ramo y nada le responde, nada de lo que la chica dice le merece una respuesta.

Cansada de esa situación la mucama deposita el ramo en la mesita de centro de la salita de TV, donde estuvo sentado su patrón y sale.   Su alegría se ha tornado en tristeza, está muy preocupada por la señora.

                                     

C a p i t u l o    Tercero :              “Conciencia”


Amanece el segundo día, en el apartamento del conjunto residencial Las amapolas, Alba Fanny Amaya se levanta, corre la hermosa cortina de prenses, entonces la claridad invade su cuarto mezclada con los trinos y gorjeos de las avecillas mañaneras que juguetonas, con sus ruidosas travesuras empiezan a poblar el día, a enriquecerlo a la par con la luminosidad matinal.   Apoyada en el alfeizar de la ventana,  mira allá lejos, posa su mirada en esa línea intangible que marca un trazo caprichoso entre el azul ágil  y  trémulo del agua  y  el  azul estático  y sereno del cielo;   allá donde seguramente queda lo que las gentes llaman “los confines”.    El aire claro es tibio y tiene ese gusto refinado y sazonado   -como un fruto maduro acabado de pelar-    La mar serena  parece ir y regresar al ritmo suave de la brisa e inclusive, las aves mismas,  parecieran volar conservando fielmente ese ritmo marino.   -Piensa en su Bebe-  qué sería ?   Tal vez aún no fuera de uno u otro género;    -Le gusta imaginarlo varón-    por siempre soñó con su primer hijo; le gustaba imaginarlo pequeñín, frágil, desprovisto de ropas;  un pedacito de ser chiquitín, que en su imaginación agita inquieto sus bracitos y sus piernitas regordetas;   cree oírlo llorar, cree oírlo balbucear   -tal vez pidiendo protección-    por un momento imagina como fue el ataque   -tal vez con pinzas-    cómo sintió cuando fue flagelado ?
No puede contener el llanto.    Sabe que llora sin parar desde el momento mismo en que despertó en aquella cama de la clínica  y  supo que había sido ultrajada por ese médico, con la complicidad de aquella vieja horrenda;   y claro, amparado por la autorización de su marido que pagó por eso;  y por   ella misma, que al firmar aquellos papeles dio su autorización.   –Si lo hubiera sabido-   Si hubiera siquiera sospechado…… Llora, llora amargamente por su bebé;  llora también por Jaime    -Victimario en tan horrible crimen-    Llora por si misma al pensar en todo eso.
Regresa a la cama a pensar en su bebé allá lejos, a imaginarlo en los confines donde se encuentran esas dos líneas azules de agua y nube, allá en el horizonte lejano y hermoso.

Un poco mas tarde escucha los ruidos que hace la muchacha al ingresar al apartamento en cumplimiento de sus rutinarias labores, por entre sus brumosas lágrimas la ve llegar, la escucha saludar y ofrecer lo de siempre:  Jugos, café, frutas, etc.  La escucha  comentar con sorpresa que las cosas que dejó ayer servidas, están intocadas en la mesa de noche, en la misma posición.    –La oye y la ve-   pero no le contesta nada.   No quiere decir nada a nadie nunca mas.     No volverá a hablar con nadie jamás.   Llorará a su bebé por siempre;  soñará con él por siempre.
Llega Jaime;  como ayer, hoy también recrimina y reprende;  como ayer, hoy también tiene prisa por huir de allí, sabe que mató a su hijo nonato y tal vez intuye que matará también a la madre ultrajada.   Alega, regaña, amenaza y finalmente un portazo y ya  –Se ha ido-.   De nuevo queda a solas con la muchacha, que echa un nudo de nervios no atina ni siquiera a hablar, rápidamente se dedica a cumplir con sus responsabilidades para salir de ahí lo mas pronto posible.

El Vigilante en su ronda vespertina descubre la puerta abierta   -eso contesta a la pregunta de Jaime-   se introduce un poco en el recibo del apartamento y llama en voz alta, como no obtuvo respuesta alguna, asegura la puerta     -tras comprobar que tiene en el llavero el duplicado-   y se decide a  regresar a portería;  a continuar con su trabajo y esperar.     –Sí, tal vez debió llamarlo y avisarle-   accede al responder al interrogatorio a que Jaime lo somete;  pero ya eran las ocho de la noche pasadas, había en portería mucho en que entretenerse y el tiempo volando se le pasó.    Pero   -aclara-    de lo que si está seguro es que ella no pasó por la portería;   por ahí, desde que él recibió el turno,  la señora no salió.

Ya son las nueve de la mañana del día siguiente y el vigilante de la noche anterior es sometido a toda clase de preguntas y de recriminaciones por el señor del apartamento del piso cuarto   -las amenazas no se hacen esperar-  el pobre tipo azarado ante el lenguaje procaz con que lo trata el señor, le recuerda que fue llamado después de haber entregado su turno, que en el apartamento nada se perdió por que el cumplió a cabalidad con su obligación de cerrarlo al encontrarlo abierto;  y   –agrega-   que la muchacha al llegar a las siete y comprobar que la señora había salido tampoco le dio mayor importancia a ese hecho, pues el mismo patrón le rogaba que saliera a darse una vuelta.   Se fue, nada se llevó    -eso es evidente-  conjetura que tal vez salio temprano;  e insiste,  al hacer la ronda vespertina de las siete de la noche,  estaba la puerta abierta, la buscó durante un rato, pero finalmente tuvo que regresar a lo suyo.   Cómo dejar la portería por mas tiempo sola ?   Imposible.

El día anterior, cuando la mucama se marchó rápidamente de allí al terminar pronto su trabajo   –hecha un mar de nervios-   le comentó al portero que si la situación seguía así, no iba a volver pues el señor no hacia otra cosa que vociferar por todo y la señora   -que no paraba de llorar-   ni siquiera contestaba, recostada en la cama derramando lágrimas en silencio;  todo quedó en orden, eso lo  puede jurar.
Al salir la chica Alba Fanny vuelve a la ventana del cuarto, observa el bellísimo horizonte iluminado por el sol resplandeciente del medio día.     Allá lejos,  sobre las olas, ve la pequeña cuna mecerse arrullada por la brisa y decide ir a su rescate.    Baja por las escaleras pues sabe bien que si lo hace por el ascensor desembocará directamente en la portería;   pero con las escaleras es otra cosa, pues éstas están a un costado, unos pocos metros mas adentro, en un salón donde hay cubos de basura  –debidamente tapados-  restos de pintura, contadores de energía e incluso herramientas.   Al llegar allí, sencillamente espera a que el portero abra la reja para atender a algún visitante o proveedor, se pasa por el lado contrario y rápidamente abandona el lugar dirigiéndose directamente a la playa. 
Una vez allí, como si fuera una autómata se introduce en el agua y empieza a alejarse en dirección al horizonte.    En este sitio la playa es muy bajita, lo que permite que se adentre bastante;  cuando el agua ya le cubre hasta los hombros  y  amenaza con arroparla totalmente;  ella,  que siempre fue buena nadadora,   hace resistencia y lucha por seguir adelante.    A  esta altura el mar ya está un poco agitado y la golpea hasta hacerla trastabillar;  a pesar de estar muy debilitada por los últimos acontecimientos, la chica da la pelea;  motivada  por la esperanza de rescatar la cunita de su bebé    -que cree ver cerca-   cubierta de algas y de espumas marinas.   Entonces obsesionada por la esperanza del rescate cada vez que cae se levanta y  sigue adelante con fe, con  persistencia  para tomar a su bebé en su delirio.    Cae en un bajío, lucha por sobre-aguar, pero vuelve a hundirse empujada por la fuerza del oleaje,  entonces finalmente flota inerte y es arrastrada mar adentro, en esos oleajes encrespados que golpean y sumergen los cuerpos de las cosas que encuentran a su paso, para luego, mas adelante, devolverlos a la superficie;  para en una constante volverlos a sumergir.

Cae la tarde, el día fenece ya sin sol  y  acá, en tierra firme se da el cambio de turno de vigilancia en el condominio  Las amapolas;   dando por sentado que todo está bien,  que todo está como debe estar.   Arropados por el manto abochornado de la rutina, los vigilantes solo atinan a mirar hacia afuera, en muy pocas ocasiones constatan que adentro las cosas marchen como deben marchar.

Jaime Rivera, joven empresario de cuello perfumado y gran fortuna, no acata  siquiera a sospechar la  tragedia  en  que se convirtió la vida de Alba  Fanny  Amaya  a partir del momento en que él    -con la poderosa llave del dinero-    echó a andar la máquina asesina que es la codicia, que no se detiene ante cosas tan insignificantes   -para ellos-   como la vida de un nonato;   o la salud de una pobre chica venida a más, deslumbrada por el brillo efímero del dinero y seducida por la codicia y el placer.

Se viene encima la noche, su manto fresco y oscuro empieza a cubrir los cuerpos de las cosas;  la cabeza de este hombre es un hervidero de preocupaciones, urde desde ya como es que hará para reafirmarse y continuar adelante;  como es que llegará a casa, a mirar de frente a su familia como si nada pasó, como si no tuviera conciencia, o en su defecto:  como si la tuviera tranquila.