jueves, 27 de septiembre de 2012

LA SILLA ELECTRICA


                                     L  A      S I L L A         E L E C T R I C A


Carlitos  “El boquesapo” llamado así por sus amigotes y compañeros del oficio de la carnicería y matarifes, es un joven expendedor de carnes de tolda y mesa de madera de cualquier esquina de plaza de mercado de pueblo.  Aunque muy joven aun, ya cometió matrimonio y vive en armonía con una bonita chica que le ha dado dos vástagos que hacen parte muy importante de su vida, de su felicidad y que alimentan sus sueños y sus ilusiones.

Los Sábados y Domingos arma su tenderete en la plaza principal del pueblo; los Lunes no trabaja, los dedica a sus chicos y a su mujer:  Al río, al campo.  Los Martes y Miércoles sale a  “Buscar marrano”;   que no es otra cosa que ir por los campos aledaños buscando la vaquita o el torete, así como el cerdo;   para comprar y sacrificar.    Y así, retomar la rutina de templar carpa al tenderete los Jueves y Viernes en una esquina de un caserío cercano al pueblo, donde convergen varios caminos inter-veredales, conocido popularmente como : “Tres esquinas” ;    allí, campesinos y negociantes, chóferes y trashumantes, se dan cita, para   –como dijo el Filosofo:   “Engañarse mutuamente”.

En ese caserío, dónde como ya esta dicho trabaja Jueves y Viernes  –Carlitos-   que es todo sonrisas y palabras amables hacia los demás;  tiene un encanto:  Deyanira.   Es esta una vieja guapa, de suntuosas caderas que mueve deliciosamente al caminar sobre un par de rollizas y bien torneadas piernas, que desde la apretada falda emergen para hacer babear de lujuria y de deseo a todos los varones del lugar.   Carlitos es manilargo con ella y ella  le permite esa confianza y se deja cortejar del muchacho, que ya en varias ocasiones, de madrugada  –antes de armar toldo en la plaza-  a “templado carpa” en el lecho de Deyanira.  Ella  desde luego, tiene otros amigos y amantes ocasionales;  pero en su condición de mujer gozona, fiestera y de muy buen ambiente;  deja claro que lo que se llama compromiso, no lo tiene con nadie.

Los días Viernes son la fina del mercado en Tres esquinas.  Los campesinos venidos desde lejanas veredas ocupan la plaza desde la tarde y noche del Jueves anterior, para ofertar sus Moras, Lulos, Cebollas, Tomates, Huevos, Quesos, Yucas, Plátanos, Naranjas, Limones y toda suerte de verduras y productos agrícolas de pan coger en grandes cantidades; los revendedores de los pueblos vecinos caen allí a comprar para transportar hasta sus negocios y hacer la reventa.  La tarde de jueves suele ser animadísima y aun en la noche el humo de las cocinas ambulantes, los aromas de café acabado colar se mezclan con otros deliciosos aromas de guisos y de asados; suenan Rancheras fiesteras y Tangos tristones y arrabaleros, y, como en toda plaza de mercado, los ocasionales borrachitos se dan contra la paredes; los  pregoneros –voz en grito- anuncian sus productos;  pitan los carros pidiendo vía; y así, amanece el viernes.

Aquel viernes será inolvidable para Carlitos y Deyanira, los hará cómplices.  Ella apenas amanece se asoma a la ventana de su cuarto, que es en el segundo piso de la casa de enfrente al tenderete de Carlitos y lo llama ansiosa.  El hombre que ha terminado ya de  colgar en ganchos  -de las vigas del toldo- las carnes para su expendio y se apresta a su labor, la oye, la mira y le dice con señales que ahora no; pero ella es incisiva y con gran aspaviento le insiste.  El hombre preocupado deja allí  –a manera de vigilante- a un amigo y sube las escaleras hacia Deyanira, dispuesto a decirle que a esta hora ya no es posible, que se vuelva a dormir y él mas tarde –cuando acabe- pasara por allí a prodigarle sus caricias y a poseerla deliciosamente, como a ella le gusta.  Pero,  o sorpresa, tendido en la cama hay  un hombre desnudo, tiene la mirada perdida, dilatada, hacia el vacío, gélida y gris.  El parroquiano que yace cuan largo es, en la cama de la alegre dama, esta muerto.  Ella a su lado, con una batola que maldiscimula su desnudes, solloza.  Dice a Carlitos con dificultad que aquel hombre en medio de la diversión, en el mejor momento del jaleo, en vez de eyacular, expiró.  A tremendo lío, cómo va a hacer ella para presentarlo ante nadie en aquella facha?  Habrá por lo menos que vestirlo y a esa tarea se entregan los dos. El con gran esfuerzo manipula al finado –que tipo tan pesado- para que ella entre sollozos, sorbidas profundas de mocos y atropelladas avesmarías ; proceda a embutirlo en sus grandes pantalones, no si antes pasear sus preciosas manos por los bolsillos diciendo simultáneamente:  “Estas me las pagás”.   –Y de contadito-    piensa al observarla Carlitos.
Con grandísimo esfuerzo lo han pasado a un sillón de la salita que ocupa el mismo recinto del cuarto –Que cosa si los muertos son pesados-  Lo sientan, lo acomodan, le ponen la camisa y le arreglan un poco el pelo; pero definitivamente el finado no colabora, lo dejan así y el con estrépito se reacomoda asa, y ni perder el tiempo pidiéndole que se porte juicioso y no se desacomode;  no, el tipo es como si no oyera.
 
Finalmente, bañado en sudor y horrorizado Carlitos regresa a sus labores, mientras la viuda
-que digo- la vieja Deyanira termina por calzar al finado; medio se arregla ella un poco y dale, a salir a hacer público el hecho.  Empieza por decirle a Carmelina -su vecina-  Dotada de gran capacidad para la comunicación.  Carmelina es la pregonera mas reconocida del lugar y –meritoriamente- ese reconocimiento trasciende las fronteras del solar familiar y llega lejos, a los confines de otros pueblos donde su lengua es temida por flamígera y dañina.   Con decirle a ella que don Evaristo –viejo rico del pueblo- subió a su casa a pedirle no se qué favor y le dio el infarto allí mismo, en la silla de la sala, mientras ella en la cocina le servia un tinto; asegura Deyanira  que la noticia se difundirá rápidamente  y desde luego, debidamente detallada y aumentada.

Al pasar los días se tejerán unas magníficas historias de este suceso, se dirá ésto y aquello  y finalmente sobre la indigna testa de la hermosa Deyanira se pondrá gravado como impronta su nuevo nombre: “La silla eléctrica”  y en el manual dirá claramente: “Peligro, alto voltaje, no apta para viejitos ni para cardiacos. 

martes, 4 de septiembre de 2012

LA DANZA MACABRA

Orlando Tapiero regresa a su casa después de un largo día de trabajo en el taller de cerrajería, que relativamente le es cercano, por eso se traslada a pie.  La caminata además de resultarle amena, lo relaja y descansa, pues en el taller hay mucho que hacer y él sale agotado.   Todo apunta a que hoy es un día especial;  los vecinos a medida que se acerca a su casa  –dos o tres cuadras-  salen a su paso y lo observan curiosamente, hacen comentarios entre ellos que Orlando Tapiero  no alcanza a entender, pero que sabe  -sin lugar a dudas-   que lo aluden.    Algunos vecinos lo siguen prudentemente y otros   -los más amigos-  le salen al paso, lo saludan y acompañan;  el hombre piensa :  Será que me saque el baloto?    Será que finalmente le pegue al gordo y ellos de alguna manera mágica lo saben mientras yo lo ignoro?   Ya ante su casa y sin lograr entender la causa de la romería de vecinos en torno suyo el hombre encuentra la puerta abierta pero busca a su mujer entre la multitud sin hallarla.  Es tanta la aglomeración de gentes a su alrededor que se le hace difícil moverse, entonces ve cerca a doña Conchita   -su vecina de al lado-   y casi gritándola acierta a preguntarle por su mujer;  ésta se acerca y le suelta la tremenda bomba, que lo deja turulato:   “Se la llevaron en la patrulla para el anfiteatro”.    Orlando se lleva  las manos al rostro y reindaga acerca de lo que pasó, si está muerta o qué?      La señora Concha sin ningún recato ni prevención le asesta el tremendo golpe de darle la noticia más cruel de su vida, sin el más mínimo rasgo de piedad le dice:  “Fue a hacer el reconocimiento del cadáver de su hijo que lo mató un Transmilenio en Mártires”.
Las manos se crispan, las piernas temblorosas flaquean y el pobre hombre se derrumba allí mismo, después de lanzar un grito tremendo, un magnífico aullido de dolor, un horrendo lamento que invade el ámbito y pone los pelos de punta.  El corro de vecinos curiosos se agita, alguien toma el liderazgo y hace retroceder un poco a las gentes para oxigenar al caído;  aparecen vasos con agua y pañuelos alcoholizados con los cuales logran volverlo, el hombre sentado en la acera solloza como un pobre chico perdido.

Jaime Flórez es un hombre pequeño y flaco, con un poblado y bien arreglado bigote sobre sus labios, siempre muy bien peinado;  tiene un carrito viejo en el que piratea el servicio público, es un viejo Chevette que ya perdió su estatus de taxi   -por vejez-  y que ahora ostenta un horrible color rojo y un par de placas particulares.   Jaime es quien tomó el liderato y retiró un poco a los vecinos para que Tapiero pudiera respirar, ahora cerca de él, le dice:  “Hermano, trate de calmarse……..serénese …… camine vamos, yo lo llevo y acompañe a su mujer;  ella debe de necesitar su apoyo”.   Orlando lo mira serio y le responde:  “Gracias don Jaime….. voy a ponerme una chaqueta, espéreme”  y se adentra a la soledad de su casa.  En la soledad de la casa del hombre humilde, del pobre parroquiano que pareciera luchar solo contra el mundo hostil…………..Su casa, su habitad, su patria………  La casa de cualquier ciudadano es su patria, es en ella donde sueña, donde realiza, donde llora sus muertos y donde ríe sus pocas alegrías……  Su casa……la casa de la patria que es de todos pero que unos pocos avivatos la tomaron para ellos y nosotros no sólo lo soportamos, sino que lo consentimos;  nos dicen que este es un país pobre, que tenemos que “meter el hombro” pero ellos no saben que es eso;  aquí hay dinero para comprar conciencias, para callar culpables, para indemnizar delincuentes, para enviar lagartos de paseo, para sobornos y  componendas;  pero no hay para educar las juventudes;  el que quiera enviar a sus hijos al colegio debe disponer de recursos abundantes para gastearlos.    Hay recursos desmesuradamente grandes para todo tipo de truculencias, pero no hay con que hacerle a los jóvenes los colegios donde los necesitan   -cerca de sus casas-    como adrede se los construyen bien alejados de sus hogares para así obligarlos a pagar onerosos costos por transporte menguando aún más los pírricos recursos de la economía familiar…..¿Para qué carnetizaran los estudiantes si no les sirve ese bendito carnet ni para coger el bus?

Una vez dentro del recinto del hogar el hombre se siente debilitado, se siente abrumado;  cómo es posible que la vida le cambiara de esa manera tan drástica en solo un momento?   Piensa horrorizado en el paso a seguir:  llegar a lo que él imagina una sala fría y esperar que lo llamen a mirar unos despojos talvez horrorosamente desfigurados y tratar de encontrar en ellos los rasgos de su hijo amado;  tener que aceptar que esos jirones de carnes ensangrentadas son un pedazo de su vida, son ese pedazo de su alma que a cuidado con esmero desde chiquito y que hoy se los devolverán talvez embolsados y sellados en un amasijo de carnes maltratadas………levanta la mirada y observa sobre su cabeza una reja de hierro que sella el patio de su hogar de la que penden en cadenas de eslabones regulares dos grandes macetas con los helechos que son la única decoración de su casa;  arrastra hasta allí una silla y trepado en ella, con gran dificultad, retira de su anclaje la canasta que soporta un gran helecho y la deposita en un rincón en el suelo.  Luego se quita la delgada correa que le sirve de cinturón y se la enreda en el cuello;  acto seguido se vuelve a subir en la silla, izándose esta vez sobre el espaldar, sosteniéndose de la cadena como un malabarista, apoyado en uno de sus píes y  anudando la correa fuertemente en un nudo ciego y resistente;  con los píes se impulsa y derriba la silla y empieza así la danza macabra del suicida que bate los pies y agita las manos y grita sin palabras y poco a poco brota los ojos por falta de oxigeno.
 
Afuera la multitud  inquieta se impacienta, ya ha pasado lo que ellos estiman es demasiado tiempo y entonces proceden a llamarlo a los gritos…. Al no obtener respuesta algunos vecinos  -Jaime Flórez a la cabeza-  se introducen tímidamente dentro de la casa para encontrarse con un cuerpo que pendiente de una cadena asida a la reja del patio, se mece suavemente, como si rematara la danza macabra perezosamente acunado en los fríos brazos de la parca.

Tal vez los noticieros dirán que viajó así para eludir la responsabilidad que le incumbía ante las empresas de transporte por su hijo, que ahora quedó en evidencia como uno de los que suelen colearse en los buses para no pagar pasajes causando grandes perjuicios a los pobres empresarios;   y hasta es posible que algún funcionario público, de los muy brillantes burócratas que nos asedian, le ponga un comparendo educativo para que se corrija de ese horrendo defecto que es la pobreza y cancele sus pasajes.