Orlando Tapiero regresa a su casa después de un largo día de trabajo en el taller de cerrajería, que relativamente le es cercano, por eso se traslada a pie. La caminata además de resultarle amena, lo relaja y descansa, pues en el taller hay mucho que hacer y él sale agotado. Todo apunta a que hoy es un día especial; los vecinos a medida que se acerca a su casa –dos o tres cuadras- salen a su paso y lo observan curiosamente, hacen comentarios entre ellos que Orlando Tapiero no alcanza a entender, pero que sabe -sin lugar a dudas- que lo aluden. Algunos vecinos lo siguen prudentemente y otros -los más amigos- le salen al paso, lo saludan y acompañan; el hombre piensa : Será que me saque el baloto? Será que finalmente le pegue al gordo y ellos de alguna manera mágica lo saben mientras yo lo ignoro? Ya ante su casa y sin lograr entender la causa de la romería de vecinos en torno suyo el hombre encuentra la puerta abierta pero busca a su mujer entre la multitud sin hallarla. Es tanta la aglomeración de gentes a su alrededor que se le hace difícil moverse, entonces ve cerca a doña Conchita -su vecina de al lado- y casi gritándola acierta a preguntarle por su mujer; ésta se acerca y le suelta la tremenda bomba, que lo deja turulato: “Se la llevaron en la patrulla para el anfiteatro”. Orlando se lleva las manos al rostro y reindaga acerca de lo que pasó, si está muerta o qué? La señora Concha sin ningún recato ni prevención le asesta el tremendo golpe de darle la noticia más cruel de su vida, sin el más mínimo rasgo de piedad le dice: “Fue a hacer el reconocimiento del cadáver de su hijo que lo mató un Transmilenio en Mártires”.
Las manos se crispan, las piernas temblorosas flaquean y el pobre hombre se derrumba allí mismo, después de lanzar un grito tremendo, un magnífico aullido de dolor, un horrendo lamento que invade el ámbito y pone los pelos de punta. El corro de vecinos curiosos se agita, alguien toma el liderazgo y hace retroceder un poco a las gentes para oxigenar al caído; aparecen vasos con agua y pañuelos alcoholizados con los cuales logran volverlo, el hombre sentado en la acera solloza como un pobre chico perdido.
Jaime Flórez es un hombre pequeño y flaco, con un poblado y bien arreglado bigote sobre sus labios, siempre muy bien peinado; tiene un carrito viejo en el que piratea el servicio público, es un viejo Chevette que ya perdió su estatus de taxi -por vejez- y que ahora ostenta un horrible color rojo y un par de placas particulares. Jaime es quien tomó el liderato y retiró un poco a los vecinos para que Tapiero pudiera respirar, ahora cerca de él, le dice: “Hermano, trate de calmarse……..serénese …… camine vamos, yo lo llevo y acompañe a su mujer; ella debe de necesitar su apoyo”. Orlando lo mira serio y le responde: “Gracias don Jaime….. voy a ponerme una chaqueta, espéreme” y se adentra a la soledad de su casa. En la soledad de la casa del hombre humilde, del pobre parroquiano que pareciera luchar solo contra el mundo hostil…………..Su casa, su habitad, su patria……… La casa de cualquier ciudadano es su patria, es en ella donde sueña, donde realiza, donde llora sus muertos y donde ríe sus pocas alegrías…… Su casa……la casa de la patria que es de todos pero que unos pocos avivatos la tomaron para ellos y nosotros no sólo lo soportamos, sino que lo consentimos; nos dicen que este es un país pobre, que tenemos que “meter el hombro” pero ellos no saben que es eso; aquí hay dinero para comprar conciencias, para callar culpables, para indemnizar delincuentes, para enviar lagartos de paseo, para sobornos y componendas; pero no hay para educar las juventudes; el que quiera enviar a sus hijos al colegio debe disponer de recursos abundantes para gastearlos. Hay recursos desmesuradamente grandes para todo tipo de truculencias, pero no hay con que hacerle a los jóvenes los colegios donde los necesitan -cerca de sus casas- como adrede se los construyen bien alejados de sus hogares para así obligarlos a pagar onerosos costos por transporte menguando aún más los pírricos recursos de la economía familiar…..¿Para qué carnetizaran los estudiantes si no les sirve ese bendito carnet ni para coger el bus?
Una vez dentro del recinto del hogar el hombre se siente debilitado, se siente abrumado; cómo es posible que la vida le cambiara de esa manera tan drástica en solo un momento? Piensa horrorizado en el paso a seguir: llegar a lo que él imagina una sala fría y esperar que lo llamen a mirar unos despojos talvez horrorosamente desfigurados y tratar de encontrar en ellos los rasgos de su hijo amado; tener que aceptar que esos jirones de carnes ensangrentadas son un pedazo de su vida, son ese pedazo de su alma que a cuidado con esmero desde chiquito y que hoy se los devolverán talvez embolsados y sellados en un amasijo de carnes maltratadas………levanta la mirada y observa sobre su cabeza una reja de hierro que sella el patio de su hogar de la que penden en cadenas de eslabones regulares dos grandes macetas con los helechos que son la única decoración de su casa; arrastra hasta allí una silla y trepado en ella, con gran dificultad, retira de su anclaje la canasta que soporta un gran helecho y la deposita en un rincón en el suelo. Luego se quita la delgada correa que le sirve de cinturón y se la enreda en el cuello; acto seguido se vuelve a subir en la silla, izándose esta vez sobre el espaldar, sosteniéndose de la cadena como un malabarista, apoyado en uno de sus píes y anudando la correa fuertemente en un nudo ciego y resistente; con los píes se impulsa y derriba la silla y empieza así la danza macabra del suicida que bate los pies y agita las manos y grita sin palabras y poco a poco brota los ojos por falta de oxigeno.
Afuera la multitud inquieta se impacienta, ya ha pasado lo que ellos estiman es demasiado tiempo y entonces proceden a llamarlo a los gritos…. Al no obtener respuesta algunos vecinos -Jaime Flórez a la cabeza- se introducen tímidamente dentro de la casa para encontrarse con un cuerpo que pendiente de una cadena asida a la reja del patio, se mece suavemente, como si rematara la danza macabra perezosamente acunado en los fríos brazos de la parca.
Tal vez los noticieros dirán que viajó así para eludir la responsabilidad que le incumbía ante las empresas de transporte por su hijo, que ahora quedó en evidencia como uno de los que suelen colearse en los buses para no pagar pasajes causando grandes perjuicios a los pobres empresarios; y hasta es posible que algún funcionario público, de los muy brillantes burócratas que nos asedian, le ponga un comparendo educativo para que se corrija de ese horrendo defecto que es la pobreza y cancele sus pasajes.
Me gustó. Su narrativa es amena y sencilla y obliga al lector a ir hasta el final.
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