Capitulo primero
: “El engaño”
Alba Fanny
Amaya abrió lentamente los ojos,
observó el ambiente que la rodeaba;
paseó la mirada por el cielo-raso de blanco impoluto, agredido únicamente
por una lámpara de luces indirectas, en acero inoxidable; comprendió que estaba en una habitación de
hospital. Trató de hacer un giro, no pudo; entonces entendió que solo podía disponer de
sus ojos. Comprendió que únicamente
disponía de su mirada. Los demás miembros de su cuerpo ni siquiera
los sentía; intentando modular alguna
palabra fue cayendo en un sueño pesado, sintió su cuerpo caer en picada como si
fuera el de un trapecista lanzado al vacío y
se sumió nuevamente en las profundas brumas del sueño.
Casi una hora después despertó
de nuevo. La agradable brisa de aire frío recorrió las
partes de su cuerpo que están destapadas
–entonces comprendió que recuperó la sensibilidad-. Ya siente un leve dolor en la mano penetrada
por el catéter. Siente tambien la
frescura del aire en sus hombros y en su cuello. Ahora descubre que tiene una careta
transparente en su rostro a manera de mascarilla. –Tiene oxígeno- deduce que su caso debe revestir alguna
gravedad. “Que extraño, no recuerdo
nada” se dice a sí misma. En ese mismo momento escucha una voz suave que le dice: ¡¡Hola mi niña, al fin despiertas!! Giró un poco la cabeza y vio a una dama ya
mayor, de aspecto bonachón abandonar un asiento cerca de allí y aproximarse a
ella. Lo primero que hace la enfermera
es comprobar el pulso, examinándolo con una mano y observando simultáneamente
el reloj. -Mientras cumple con ese trabajo le
habla- hace comentarios acerca de lo
bien y lo rápido que salió del sopor de la anestesia. Luego de leer en una especie de pantalla unas
indicaciones le retira la careta del oxígeno y de manera simultánea le advierte
que permanezca en silencio unos diez minutos antes de hablar. Y se concentra en observar como asume la
paciente el cambio de respiración asistida a respiración normal.
Alba Fanny se revolcó un poco
en su lecho, comprobó la movilidad de cada uno de sus pies y de sus manos; mueve sus dedos. Nada le duele, respira bien, escucha
bien. Carraspea un poco antes de
hablar y con cierta timidez –como si decirlo le trajera consecuencias graves- pide agua. Agua ?
Preguntó la señora que aparentaba estar oculta bajo ese gorro de
enfermera. Si, déme agua que siento seca la boca -expresó tímidamente-. La señora toma un paquete de gasa y mientras
lo humedece dice en voz alta a manera de respuesta: Ay, olvide que al cambiar la respiración, el
aire frío reseca la garganta; actúa
igual que el polvo al ser inhalado. Y
simultáneamente acerca a los labios de Alba Fanny el objeto de gasa humedecido
y a manera de dispensador le permite chupar de él y humedecer sus labios y su
garganta.
Bueno, dígame señora: Dónde estoy ?...... qué hago aquí ?.... por qué motivo despierto en una cama de hospital
? Aquella señora la mira a los ojos por primera
vez, –con temor- con esa
mirada avergonzada, escurridiza y taimada con que mira el que miente. Alba Fanny a leer el temor en esa mirada se
contagia y es invadida súbitamente por el miedo; ahora tiene ante sí a una vieja de mirada
torva y escurridiza –como de una
rata- ahora tiene ante ella a la culpable
de una trasgresión, más que a una enfermera;
intuye que está frente a la cómplice de su desgracia; entonces insiste en preguntar: Por dios qué pasa, qué hago yo aquí, dígame usted ? La enfermera, como si quisiere refugiarse
bajo la cama se agacha un poco y desde ahí, sin dignarse mirarla, le
responde: Que pena mi niña, pero yo no
se nada. Cuando recibí el turno a las seis de la tarde ya tu
estabas aquí. Yo sólo se lo que dice la
hoja de rutina que me guía para asistirte, para dispensarte los medicamentos y
cuidarte. La chica la mira con esa
mirada desprovista de astucia, con esa mirada pasiva con que miran las víctimas
a sus verdugos. Está embargada por la
pena, hecha un mar de dudas; entonces pregunta nuevamente: Dónde estamos ? Qué es esto aquí ? La señora insegura, nerviosa, en esa actitud
ampulosa y descalificadora con que una madre mira a su chico antes de
aplastarlo con un “No te hagas el majadero que lo sabes muy bien” Fingiendo la voz para suavizarla casi hasta la
dulzura le dice: Cómo, acaso no lo sabes ?..... Estamos en la
clínica del doctor Rossy…..esta es la clínica privada del doctor Jacobo Rossy,
el famoso gineco-obstetra italiano.
–El mejor en toda la costa- La
señora no para de hablar ponderando a la afamada clínica y a su –según
ella- famosísimo propietario; el flamante
médico italiano de gran prestigio.
La chica mientras escucha
hablar a la enfermera, hace un recuento de su situación. Ahora le resulta evidente que está ahí por
su propia decisión, había venido a consulta con un médico ginecólogo; el tipo determinaría si estaba realmente
embarazada para empezar desde ya a controlarla.
Si algo quería ella en la vida
era embarazarse de Jaime -su amor-. Adoraba en tan desproporcionada dimensión a
su hombre, que ciega y loca de amor por él, en cada entrega se daba en
totalidad, en cada entrega se daba a tope.
Y él, se prodigaba también en
esas entregas febriles y apasionadas,
-enloquecedoras- en que se
entregaban el uno a la otra sin ambagues -con
todo- ella sabía bien que él la adoraba, sentía como
vibraba de amor por ella en esas comuniones amorosas donde ambos rozaban la locura, hasta alcanzar el frenesí.
De pronto como una ráfaga de viento
helado, cruzo por su mente la duda: El
mismo, él personalmente le daba cada día la pastilla de planificar. Aprontaba el vaso con agua y le introducía la
pastilla a la boca; y claro, ella la
escondía hábilmente bajo la lengua hasta que hubiera ocasión de arrojarla, por
que ella quería quedar, aunque él no.
Con muchos y muy importantes argumentos el sustentaba reiteradamente su
tesis de que no debían de
“encargar”; que no estaba bien “reproducirse
como ratones”. Solía decir que echar un
“polvito” sin prevención era amargarse la vida.
Y claro, ella defendía lo suyo:
El milagro del amor palpitando en su regazo -con sus ojos negros profundos- con sus grandes manos de artista, con su
sonrisa jovial; mejor aún: -El en miniatura- para nada una criaturita que solo daba amor
les iba a amargar la vida. Y, -pensaba ahora- esas discusiones se prolongaban largamente,
ella que sí …–por fa…- Y él: ¡¡ Que no, y no y punto !!
Un buen día la bendita pasta
falló, claro: -como no iba a fallar si
ella la arrojaba- Estalló de felicidad,
gritó de la alegría; él serio, parco,
solo atinó a decir: “Será como tu
quieras”. Entonces vino la prueba
inicial: positivo. El se fingió feliz, le
dijo como de pasada que pediría una cita con un buen médico -el mejor- pues
quería que estuviera muy bien cuidada.
Dos o tres días después le dijo:
Mañana vamos a consulta con un muy buen ginecólogo, a las siete y media;
yo voy contigo.
Al entrar a la consulta ella
llenó un formulario y lo firmó, y firmó además otros papeles. Y claro
–Jaime allí- tan atento, tan
galante. Dónde estaría ahora ? Se animó a preguntar de nuevo: Señora, el médico cuando viene ? La señora le respondió que solo eran las
cinco y cuarto de la madrugada y que el médico llegaba después de las
seis. Trató de conciliar un poco mas el sueño pero
fue en vano; Jaime danzaba en su cabeza,
como un mal presagio, -escurridizo y temeroso-. Alba Fanny empezó a presentir algo muy
malo.
El médico llegó muy
puntual. Era un hombre de gran estatura,
pero le pareció demasiado delgado; de
barba rubia –bien arreglada- tenia
en la voz un ligero acento extranjero; de finas maneras y muy seguro al conducirse. Empezó a examinarla lentamente, palpando con mano ágil el vientre, el bajo
vientre y la vagina; preguntando simultáneamente
si duele aquí o acá, y claro, ella contestando.
Luego escribe algo en un
formulario pegado a una tabla con un gancho de presión. Habla
con la enfermera que recibe el turno y la instruye. –Allí
cae en cuenta Alba Fanny, que la señora que amaneció con ella ya no está y
siente un poco de pena al comprobar que no dijo ni adiós- Cuando ya el médico se va a retirar le toma
una mano en un gesto de dulzura –casi
paternal- y le pregunta si quiere algo,
si necesita algo. Ella le dice que no
con un movimiento de cabeza y acto seguido le pregunta por Jaime. El médico dice que cree que vendrá mas tarde
y se despide.
La nueva dama acompañante es
tal cual como la que se fue: atenta,
solícita y conversadora. Le explica que
deberá asearse por si misma y la anima a que si necesita ayuda se lo haga saber. Promediando el medio día Alba Fanny recibe la visita de Jaime; él, con fingida alegría le besa la mejilla, le
sonríe y le pregunta como se siente; y
finalmente, le comunica que ya se van; ya
están preparando la cuenta para llevarla de regreso a casa. Ella se
limita a observarlo y piensa : por que
nadie me dice que me pasó ? qué me
sucedió ? -Intuye- sabe lo peor; pero no tiene el valor de expresarlo.
Capitulo Segundo
: “ R o s a s ”
Ya ha transcurrido un día en
casa; al lujoso apartamento del
condominio “Las amapolas”, en cuarto piso, con vista al mar, amplio y
muy acogedor; llega en la mañana Jaime
Rivera, el joven empresario sale del
ascensor que lo deja directamente en la sala de
recibo de su apartamento. No
amanece ahí pues está casado y para nada en el mundo esta dispuesto a arriesgar
su matrimonio; -de esto
ya se ha hablado muchas veces, es por
esta razón que no quiere descendencia-. Con Alba Fanny viven bien, se comprenden y
se quieren. La ama, pero
definitivamente por nada del mundo quiere tener hijos extramatrimoniales y ni
hablar de la posibilidad de una separación o de un divorcio, no; ni siquiera está dentro de las posibilidades.
Nunca lo ha dicho en voz
alta, pero un divorcio le costaría una
fortuna, lo descuadraría de una manera tremenda y él no piensa correr ese
riesgo. Prefiere vivir en el infierno de
su matrimonio, a destrozar su familia y
menoscabar su imperio económico, por un amor que al fin y al cabo ya es
suyo; al fin y al cabo ya disfruta de
ese paraíso de amor, que le sirve de soporte y de contraparte a ese matrimonio
que lo asfixia y lo oprime, donde lo único
que realmente vale la pena son sus hijos.
Pensando en estas cosas entra
en casa y encuentra que todo está tal cual como lo dejó la noche anterior; entra a la alcoba y ahí, recostada en los
altos almohadones a manera de cabecera está Alba Fanny; con la mirada perdida hacia el ventanal,
lejana, como si durmiera con los ojos abiertos, encharcados. El, solícito, se acerca, besa suavemente sus
mejillas y a manera de saludo formula unas palabras suaves, a su oído. Ella nada dice, por sus mejillas se
desprenden las lágrimas lentas; llora en silencio, llora sin aspavientos;
calmadamente se desgranan como gotas de rocío transparentes sus lágrimas.
El observa que en la mesa de
noche están la jarra de agua, la jarra de jugo y la bandeja con la cena; todo está allí sin dar señales de haber sido
tocado por la señora de la casa. Entonces
la increpa: Bueno, dime que pasa…… es que
tú me quieres enloquecer a mí…. ? ¡¡ Tu no paras de llorar mujer por Dios !! -Calla
y observa- Alba Fanny, como si no fuera con ella con quien hablara,
nada dice. No da muestras de haber
escuchado. El hombre -paciente- se
acerca, se sienta al borde de la cama y
le toma la mano, se la lleva a la cara y la rosa en su mejilla, la cubre de
besos. Por favor
–dice con suavidad- Dime
algo. Háblame de lo que piensas. Enróstrame mi pecado, por favor; no me hagas esto de verte consumir en llanto,
sin siquiera quejarte….. -Sube la voz- ¡¡ Dime algo por Dios !! Insúltame, grítame, pégame en el rostro, haz
algo…. –Grita- Yo voy a enloquecer si sigues así. Se levanta de allí. La mira por un momento como esperando una respuesta,
toma la chaqueta que previamente colgó del perchero al entrar, da grandes pasos
por la amplia habitación gesticulando y finalmente se sienta en la salita de
estar que ocupa un rincón de cuarto, donde solían ver TV o escuchar música. Allí sentado se toma la cabeza con ambas
manos y dice como para sí: Qué debo
hacer Dios? Qué debo hacer ?
Alba Fanny lo observa a través
de las brumosas lágrimas, siente un poco de piedad por él, por su
sufrimiento; cuando cree que se va a ablandar hace el
esfuerzo de recordarse a sí misma en el feliz embarazo, en el enredo de
llevarla a esa clínica a una consulta y
con ese engaño cogerle –firmada- la autorización para el legrado. Cómo le tiende esa tremenda trampa ese ángel
de amor ? Ese ser tan tierno….. ese
semidios….? Cómo Jaime mata a su
propio hijo y ella lo va a perdonar ?
No, no y no. –Ahora es cuando
ve lo egoísta que ha sido este hombre-
ahora es que lo empieza a conocer realmente; es la misma mentira de la seducción ocultando
el matrimonio; es la misma mentira para
conseguir aplazar el embarazo. Ahora reconoce claramente a aquel monstruo de
amor, manipulador, engañador, abusador;
-como la siniestra araña- tejió
con tiempo su tela; urdió con tiempo el
engaño y allí hizo caer a su propio hijo;
allí lo cazó y lo eliminó como eliminan a sus rivales los de cuello
blanco: Por terceras manos.
Ha llegado la mucama, es una
negrita menuda, de rostro gentil y de muy buenas maneras. Jaime apenas ve entrar a la chica la toma por
el brazo y salen juntos hacia el patio de ropas; ahí entre materas de plantas hermosas –florecidas- el señor habla a la chica, y le recomienda
que haga que su patrona coma, que la haga beber
–o se deshidratara- que en lo posible la haga levantar y le
insiste en que la haga salir de ahí; que
la lleve a la playa; que se esfuerce en convencerla de reanimarse; y él, se lo agradecerá; personalmente –promete-
la compensará. Y agrega que así como pagó por ese daño, puede
también pagar por la reparación.
Y así, entre promesas y
recomendaciones explica que debe irse pues está en el tiempo límite para llegar
a una muy importante cita de negocios.
Al pasar por la alcoba mira a su mujer que está en la misma posición de
antes y sin acercarse a ella, sale dando un portazo.
Un rato después entra la
mucama, saluda a su señora y le pregunta si le prepara un café, o si quiere una
rebanada de pastel, una tortilla o algo;
trata inútilmente de establecer el dialogo, pero es tan de pocas
palabras que desiste rápidamente sin lograr siquiera que la señora le conteste
algo. Luego comenta que el señor quiere que beba, quiere
que coma, quiere que salga a caminar por la playa. Le pide
por favor que se anime, que le conteste algo, que aunque sea sin palabras le de
una señal de que la escucha y la comprende;
pero Alba Fanny es una muralla;
Finalmente la muchacha desiste de su empeño.
El ding-dong del timbre la
hace salir. De portería anuncian a un
mensajero por el citófono interno y la chica luego de contestar va a la puerta a esperar; recibe un gran ramo de rosas. Son las
rosas mas hermosas y frescas y es el ramo mas grande que la mucama ha visto en
su vida; vienen con una tarjeta hermosísima
con una inscripción pidiendo perdón. La
chica entra en la alcoba portando tal
belleza, feliz; -tan feliz como si fueran para ella aquellas
rosas- las lleva ante la señora y le expresa con
alegría lo que es. Pero la señora no
sale de su mutismo; la señora no se
digna siquiera mirar el ramo y nada le responde, nada de lo que la chica dice
le merece una respuesta.
Cansada de esa situación la
mucama deposita el ramo en la mesita de centro de la salita de TV, donde estuvo
sentado su patrón y sale. Su alegría se ha tornado en tristeza, está muy
preocupada por la señora.
C a p i t u l o Tercero : “Conciencia”
Amanece el segundo día, en el
apartamento del conjunto residencial Las amapolas, Alba Fanny Amaya se levanta,
corre la hermosa cortina de prenses, entonces la claridad invade su cuarto mezclada
con los trinos y gorjeos de las avecillas mañaneras que juguetonas, con sus
ruidosas travesuras empiezan a poblar el día, a enriquecerlo a la par con la
luminosidad matinal. Apoyada en el
alfeizar de la ventana, mira allá lejos,
posa su mirada en esa línea intangible que marca un trazo caprichoso entre el
azul ágil y trémulo del agua y
el azul estático y sereno del cielo; allá donde seguramente queda lo que las
gentes llaman “los confines”. El aire
claro es tibio y tiene ese gusto refinado y sazonado -como un fruto maduro acabado de pelar- La mar serena
parece ir y regresar al ritmo suave de la brisa e inclusive, las aves
mismas, parecieran volar conservando
fielmente ese ritmo marino. -Piensa en
su Bebe- qué sería ? Tal vez aún no fuera de uno u otro género; -Le gusta imaginarlo varón- por siempre soñó con su primer hijo; le
gustaba imaginarlo pequeñín, frágil, desprovisto de ropas; un pedacito de ser chiquitín, que en su
imaginación agita inquieto sus bracitos y sus piernitas regordetas; cree oírlo llorar, cree oírlo balbucear -tal vez pidiendo protección- por un momento imagina como fue el ataque -tal vez con pinzas- cómo sintió cuando fue flagelado ?
No puede contener el
llanto. Sabe que llora sin parar desde
el momento mismo en que despertó en aquella cama de la clínica y supo
que había sido ultrajada por ese médico, con la complicidad de aquella vieja
horrenda; y claro, amparado por la autorización de su
marido que pagó por eso; y por ella
misma, que al firmar aquellos papeles dio su autorización. –Si lo hubiera sabido- Si hubiera siquiera sospechado…… Llora,
llora amargamente por su bebé; llora
también por Jaime -Victimario en tan horrible crimen- Llora
por si misma al pensar en todo eso.
Regresa a la cama a pensar en
su bebé allá lejos, a imaginarlo en los confines donde se encuentran esas dos
líneas azules de agua y nube, allá en el horizonte lejano y hermoso.
Un poco mas tarde escucha los
ruidos que hace la muchacha al ingresar al apartamento en cumplimiento de sus
rutinarias labores, por entre sus brumosas lágrimas la ve llegar, la escucha
saludar y ofrecer lo de siempre: Jugos,
café, frutas, etc. La escucha comentar con sorpresa que las cosas que dejó
ayer servidas, están intocadas en la mesa de noche, en la misma posición. –La oye y la ve- pero no le contesta nada. No quiere decir nada a nadie nunca mas. No volverá a hablar con nadie jamás. Llorará a su bebé por siempre; soñará con él por siempre.
Llega Jaime; como ayer, hoy también recrimina y reprende; como ayer, hoy también tiene prisa por huir
de allí, sabe que mató a su hijo nonato y tal vez intuye que matará también a
la madre ultrajada. Alega, regaña,
amenaza y finalmente un portazo y ya –Se
ha ido-. De nuevo queda a solas con la
muchacha, que echa un nudo de nervios no atina ni siquiera a hablar, rápidamente
se dedica a cumplir con sus responsabilidades para salir de ahí lo mas pronto
posible.
El Vigilante en su ronda
vespertina descubre la puerta abierta
-eso contesta a la pregunta de Jaime-
se introduce un poco en el recibo del apartamento y llama en voz alta,
como no obtuvo respuesta alguna, asegura la puerta -tras comprobar que tiene en el llavero el
duplicado- y se decide a regresar a portería; a continuar con su trabajo y esperar. –Sí,
tal vez debió llamarlo y avisarle- accede
al responder al interrogatorio a que Jaime lo somete; pero ya eran las ocho de la noche pasadas,
había en portería mucho en que entretenerse y el tiempo volando se le pasó. Pero -aclara- de lo que si está seguro es que ella no pasó
por la portería; por ahí, desde que él
recibió el turno, la señora no salió.
Ya son las nueve de la mañana
del día siguiente y el vigilante de la noche anterior es sometido a toda clase
de preguntas y de recriminaciones por el señor del apartamento del piso cuarto -las
amenazas no se hacen esperar- el pobre
tipo azarado ante el lenguaje procaz con que lo trata el señor, le recuerda que
fue llamado después de haber entregado su turno, que en el apartamento nada se
perdió por que el cumplió a cabalidad con su obligación de cerrarlo al encontrarlo
abierto; y –agrega- que la muchacha al llegar a las siete y
comprobar que la señora había salido tampoco le dio mayor importancia a ese
hecho, pues el mismo patrón le rogaba que saliera a darse una vuelta. Se fue, nada se llevó -eso es evidente- conjetura que tal vez salio temprano; e insiste,
al hacer la ronda vespertina de las siete de la noche, estaba la puerta abierta, la buscó durante un
rato, pero finalmente tuvo que regresar a lo suyo. Cómo dejar la portería por mas tiempo sola ? Imposible.
El día anterior, cuando la
mucama se marchó rápidamente de allí al terminar pronto su trabajo –hecha un mar de nervios- le comentó al portero que si la situación
seguía así, no iba a volver pues el señor no hacia otra cosa que vociferar por
todo y la señora -que no paraba de
llorar- ni siquiera contestaba, recostada
en la cama derramando lágrimas en silencio;
todo quedó en orden, eso lo puede
jurar.
Al salir la chica Alba Fanny
vuelve a la ventana del cuarto, observa el bellísimo horizonte iluminado por el
sol resplandeciente del medio día.
Allá lejos, sobre las olas, ve la
pequeña cuna mecerse arrullada por la brisa y decide ir a su rescate. Baja por las escaleras pues sabe bien que si
lo hace por el ascensor desembocará directamente en la portería; pero con las escaleras es otra cosa, pues
éstas están a un costado, unos pocos metros mas adentro, en un salón donde hay
cubos de basura –debidamente
tapados- restos de pintura, contadores
de energía e incluso herramientas. Al
llegar allí, sencillamente espera a que el portero abra la reja para atender a
algún visitante o proveedor, se pasa por el lado contrario y rápidamente
abandona el lugar dirigiéndose directamente a la playa.
Una vez allí, como si fuera
una autómata se introduce en el agua y empieza a alejarse en dirección al
horizonte. En este sitio la playa es
muy bajita, lo que permite que se adentre bastante; cuando el agua ya le cubre hasta los
hombros y amenaza con arroparla totalmente; ella, que siempre fue buena nadadora, hace resistencia y lucha por seguir
adelante. A esta altura el mar ya está un poco agitado y
la golpea hasta hacerla trastabillar; a
pesar de estar muy debilitada por los últimos acontecimientos, la chica da la
pelea; motivada por la esperanza de rescatar la cunita de su
bebé -que cree ver cerca- cubierta
de algas y de espumas marinas. Entonces
obsesionada por la esperanza del rescate cada vez que cae se levanta y sigue adelante con fe, con persistencia
para tomar a su bebé en su delirio. Cae en
un bajío, lucha por sobre-aguar, pero vuelve a hundirse empujada por la fuerza
del oleaje, entonces finalmente flota
inerte y es arrastrada mar adentro, en esos oleajes encrespados que golpean y sumergen
los cuerpos de las cosas que encuentran a su paso, para luego, mas adelante,
devolverlos a la superficie; para en una
constante volverlos a sumergir.
Cae la tarde, el día fenece ya
sin sol y acá, en tierra firme se da el cambio de turno
de vigilancia en el condominio Las
amapolas; dando por sentado que todo
está bien, que todo está como debe
estar. Arropados por el manto
abochornado de la rutina, los vigilantes solo atinan a mirar hacia afuera, en
muy pocas ocasiones constatan que adentro las cosas marchen como deben marchar.
Jaime Rivera, joven empresario
de cuello perfumado y gran fortuna, no acata siquiera a sospechar la tragedia
en que se convirtió la vida de
Alba Fanny Amaya
a partir del momento en que él -con la poderosa llave del dinero- echó a andar la máquina asesina que es la
codicia, que no se detiene ante cosas tan insignificantes -para
ellos- como la vida de un nonato; o la
salud de una pobre chica venida a más, deslumbrada por el brillo efímero del
dinero y seducida por la codicia y el placer.
Se viene encima la noche, su
manto fresco y oscuro empieza a cubrir los cuerpos de las cosas; la cabeza de este hombre es un hervidero de
preocupaciones, urde desde ya como es que hará para reafirmarse y continuar adelante; como es que llegará a casa, a mirar de frente
a su familia como si nada pasó, como si no tuviera conciencia, o en su
defecto: como si la tuviera tranquila.
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