OMAR RAYO (Semblanza biográfica)
Nadie, tal vez
ni el más avezado ciudadano del pequeño y caluroso pueblo de Roldanillo en la
década del 30, en el siglo pasado, acertaría a imaginar que ese chico
larguirucho y de mirada felina que paseaba su humanidad por las polvorientas
calles de la población era un genio; ni
siquiera su padre que constantemente le recriminaba por entretenerse haciendo
dibujos y garrapateando el papel mientras él domaba y pulía el cuero. Omar el mayor de sus hijos ayudaba en el
taller, de hecho aprendió a hacer aperos y monturas y quién sabe si hasta
tallaría el cuero con el buril o la lezna para hacer gravados; su principal aporte era cuidar el taller en
las noches -no dormía en su casa con el
resto de la familia, lo hacía como vigilante en el taller- de aquella época sobreviven algunos dibujos
y caricaturas elaboras sin técnica pero con la genial magia del talento
innato. Su papá lo reprendía y de esas
reprensiones sobrevive en la familia una frase encantada que a la postre
resultó cierta: “Omar, será que vas a
vivir de esos dibujos”, y así fue, llegó a hacer de esto una profesión y a
vivir de ellos desatendiendo la recomendación de papá de dedicarse a algo supuestamente
más útil. Por el año 47 llegó a Bogotá,
a tocar puertas; llevaba bajo el brazo
un paquete de caricaturas y un certificado de graduación de una escuela
Argentina de dibujo por correspondencia, que en justicia por su enorme talento,
lo declaraba como su gestor y embajador en Colombia. Todas las puertas de editoriales importantes
estuvieron cerradas a su solicitud; sin
embargo, nacía apenas el que llegó a ser después un importante periódico: “El
Siglo”; y, allí encontró acomodo y poco más de seis años se hizo famoso y
arrasó con los premios en todo el país; en aquella época desarrolló “El
Bejuquismo” que fue una técnica
exclusiva en la que desde los cuerpos de los árboles daba rienda suelta a su
imaginación creando formas antropomorfas o zoomorfas o inclusive alegóricas,
que le valieron grandes reconocimientos y premios. Con la llegada de la “violencia” regresó al pueblo que lo vio nacer una mañana
fresca del 20 de enero de 1928; a Roldanillo, un villorrio a orillas del río Cauca,
de vocación agrícola y ganadera y casi sin importancia. Ya era famoso y reconocido.
De sus amigotes
en Bogotá -que fueron todos los
intelectuales importantes de la época-
el más cercano y más querido, el que hoy podríamos llamar su gran
amigo: León de Greiff. Poeta, soñador,
locuaz y aventurero; justamente a él, le
compró un Ford 48 en el que se fue de periplo por el sur; se fue solo a aprender, a conocer a suramérica,
a parar en cada pueblo, a escuchar y aprender.
De esa época contaba con grandes risotadas una anécdota que bien vale la
pena revelar aquí: El embajador de
España en Colombia -quien era su amigo y
admirador- se lo quiso llevar a Europa a
estudiar becado y Omar rechazó esa oportunidad, con el argumento de que quería
primero conocer a su madre –América- y
después conocería a su abuela
-España- esto fue tan mal recibido
por el embajador y le causó tal disgusto que el diplomático se enfureció y lo
insultó de la manera más vulgar.
Omar Rayo era
como una esponja sedienta de conocimientos, en cualquier lugar a su paso por
los pueblos de América donde leía un aviso que anunciaba una escuela en la que
enseñaban cualquier cosa se inscribía y conocía y aprendía de todo. Uno de sus más entrañables amigos fue Jorge
Amado -escritor Brasileño- con él conoció Salvador Bahía y otros estados
y ciudades del gran país del sur; de él
aprendió esta frase de la que hizo un mantra para su vida: “Si quieres ser feliz, no tengas éxito” -tal vez por eso a pesar de su enorme éxito,
nunca fue presumido- También gracias a el
padre de “Gabriela, clavo y canela”, conoció a Neruda; con él trabó buena
amistad, compartieron mucho de su arte y enriqueció su experiencia.
En Buenos
Aires, se hospedó en una sencilla pensión donde habitaban muchos gatos –una
cantidad enorme- y de ellos aprendió lo
que es la discriminación: observaba como las señoras del vecindario les
colocaban los alimentos y los gatos, por grupos totalmente discriminados
primero los más jóvenes y fuertes; luego los menos, hasta que les tocaba el turno a los
más viejos y cicatrizados o enfermos; y finalmente las gatas; pasaban a comer
sin mezclarse, respetando esa selección aparentemente caprichosa. De esa
experiencia trajo más de cuatrocientos dibujos de gatos en todas formas
caprichosas y raras, bellas láminas de felinos que aún hoy se exhiben en los
salones para el asombro y gusto de los visitantes. Después fue a México, allí habitó por poco
más de tres años, de su estadía en ese bello y sorprendente país conservó
grandes amistades entre los poetas y artistas de la época; y fue allí, donde desarrolló una nueva
técnica: “El repujado en alto relieve” A
partir de lo que los Italianos llamaban “Intaglios” y que ya estaba en desuso; técnica
que también fue de su exclusividad:
Mojaba el papel, cartón o lo que fuera que deseara aprovechar, los metía
al torque (una sencilla prensa lograda a partir de dos láminas y un tornillo
sinfín) y al pasarlos por él, torcidos como si los fuera a exprimir o con
agregados que iban desde objetos cotidianos como ganchos, pinzas para el
cabello y pequeñas y sencillas piedras, el papel o el cartón salía al otro lado
como si lo hubieran repujado en alto relieve o como si hubiera sido tallado. En ese país acogedor comprendió que la
geometría está en todo y que sencillamente sin ella la vida sería
“imposible” ya que el universo mismo
reverencia la geometría como un principio básico de las relaciones entre los
cuerpos, lo que no es nada diferente a la vida misma.
Sus formas
Geométricas y sus trabajos repujados en alto relieve cobraron gran importancia
una vez radicado en Nueva york; suponía
él, -así lo argumentaba en las
entrevistas- que tal vez por lo
gigantesca de la ciudad, por su arquitectura monótona, sus construcciones de
formas frías y seriadas –deshumanizadas-
se prendó de los colores básicos: “El negro y el blanco”, que pasaron a
ocupar un lugar protagónico en sus trabajos de pintura y escultura. Hizo del gran país del norte su casa, se
movía como pez en el agua en sus salones y galerías, daba conferencias y
disertaciones en claustros universitarios y en salones afamados; mercadeó sus obras y aumentó en grandes,
grandísimas proporciones el caudal de su fortuna. Sin perder su habitat allí, volaba a Europa
donde se convirtió en “Vedette” invitado a todos los acontecimientos
importantes.
Ya cerca del
final de siglo -1981- a poco tiempo de
redescubrir su patria chica, después de haber viajado por todo el mundo,
teniendo su residencia en Nueva york pero almorzando en París o cenando en
Berlín o Roma, itinerante con su obra por las principales galerías del planeta,
fundó en su pueblo natal –Roldanillo- el
museo de arte que aún engalana nuestra geografía nacional y que lleva su nombre
como un testimonio de su importancia y de su generosa intensión de llevar
cultura y lúdica a sus paisanos y compartir con ellos algo de su progreso. También en esa época recuperó -según sus propias palabras- el color.
–Lo había perdido al afincarse en los Estados Unidos- Volvió a ver y a disfrutar el verde intenso,
el rojizo de los ocasos y el azul del cielo tropical limpio y profundo. Sin abandonar sus formas geométricas volvió a
darle color a su trabajo y llegó inclusive a formular su famosa teoría del
color amarillo en la cual afirmaba que ese color fue el primer color que
reconocieron los primeros pobladores de la tierra y que acompaña al hombre
desde la prehistoria hasta hoy en el Maíz
-aliado básico en nuestra alimentación-
y cuyo color Omar Rayo resaltaba como la mejor y más hermosa expresión
de amarillo. También apoyaba su teoría
de dicho color en esos preciosos colores de los ocasos sobre occidente en las
tardes vallecaucanas, cuando el astro pareciera sumergirse en el océano y su
reflejo sobre el agua simula un incendio caluroso y asfixiante que contrasta
con los arrebolados colores de amarillos incandescentes y tonalidades grises
sobre un fondo de cielo que rápidamente se oscurece, en ocasos de tiempos
cortos y fugaces que inspiraban a los pintores y fotógrafos en esa época y que
hoy, a pesar de ser comunes por la facilidad de captarlos, aun nos descrestan y
nos deleitan.
En el 2010, un día doce de Junio –a 82 años
de edad- y todavía activo y
participativo dejó de existir en la ciudad de Palmira. Lo sobreviven sus magníficas obras, el
monumento a su memoria que es el museo Rayo en su Roldanillo natal, su esposa,
doña Agueda Pizarro que lo regenta; y su
hija, Sara, que tratando de imitarlo tal vez, funge como pintora; además de su
nieto Mateo, que seguramente estará preparándose para asumir el legado de tan
importante artista.
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