jueves, 28 de enero de 2016

SEMBLANZA BIOGRAFICA DE OMAR RAYO


OMAR RAYO  (Semblanza biográfica)

Nadie, tal vez ni el más avezado ciudadano del pequeño y caluroso pueblo de Roldanillo en la década del 30, en el siglo pasado, acertaría a imaginar que ese chico larguirucho y de mirada felina que paseaba su humanidad por las polvorientas calles de la población era un genio;  ni siquiera su padre que constantemente le recriminaba por entretenerse haciendo dibujos y garrapateando el papel mientras él domaba y pulía el cuero.  Omar el mayor de sus hijos ayudaba en el taller, de hecho aprendió a hacer aperos y monturas y quién sabe si hasta tallaría el cuero con el buril o la lezna para hacer gravados;  su principal aporte era cuidar el taller en las noches  -no dormía en su casa con el resto de la familia, lo hacía como vigilante en el taller-   de aquella época sobreviven algunos dibujos y caricaturas elaboras sin técnica pero con la genial magia del talento innato.  Su papá lo reprendía y de esas reprensiones sobrevive en la familia una frase encantada que a la postre resultó cierta:  “Omar, será que vas a vivir de esos dibujos”, y así fue, llegó a hacer de esto una profesión y a vivir de ellos desatendiendo la recomendación de papá de dedicarse a algo supuestamente más útil.    Por el año 47 llegó a Bogotá, a tocar puertas;  llevaba bajo el brazo un paquete de caricaturas y un certificado de graduación de una escuela Argentina de dibujo por correspondencia, que en justicia por su enorme talento, lo declaraba como su gestor y embajador en Colombia.  Todas las puertas de editoriales importantes estuvieron cerradas a su solicitud;  sin embargo, nacía apenas el que llegó a ser después un importante periódico: “El Siglo”; y, allí encontró acomodo y poco más de seis años se hizo famoso y arrasó con los premios en todo el país; en aquella época desarrolló “El Bejuquismo”  que fue una técnica exclusiva en la que desde los cuerpos de los árboles daba rienda suelta a su imaginación creando formas antropomorfas o zoomorfas o inclusive alegóricas, que le valieron grandes reconocimientos y premios.  Con la llegada de la “violencia”  regresó al pueblo que lo vio nacer una mañana fresca del 20 de enero de 1928; a Roldanillo, un villorrio a orillas del río Cauca, de vocación agrícola y ganadera y casi sin importancia.  Ya era famoso y reconocido.
De sus amigotes en Bogotá  -que fueron todos los intelectuales importantes de la época-  el más cercano y más querido, el que hoy podríamos llamar su gran amigo:  León de Greiff. Poeta, soñador, locuaz y aventurero;  justamente a él, le compró un Ford 48 en el que se fue de periplo por el sur;  se fue solo a aprender, a conocer a suramérica, a parar en cada pueblo, a escuchar y aprender.  De esa época contaba con grandes risotadas una anécdota que bien vale la pena revelar aquí:  El embajador de España en Colombia  -quien era su amigo y admirador-  se lo quiso llevar a Europa a estudiar becado y Omar rechazó esa oportunidad, con el argumento de que quería primero conocer a su madre –América-  y después conocería a su abuela  -España-  esto fue tan mal recibido por el embajador y le causó tal disgusto que el diplomático se enfureció y lo insultó de la manera más vulgar.
Omar Rayo era como una esponja sedienta de conocimientos, en cualquier lugar a su paso por los pueblos de América donde leía un aviso que anunciaba una escuela en la que enseñaban cualquier cosa se inscribía y conocía y aprendía de todo.  Uno de sus más entrañables amigos fue Jorge Amado  -escritor Brasileño-  con él conoció Salvador Bahía y otros estados y ciudades del gran país del sur;  de él aprendió esta frase de la que hizo un mantra para su vida:  “Si quieres ser feliz, no tengas éxito”  -tal vez por eso a pesar de su enorme éxito, nunca fue presumido-  También gracias a el padre de “Gabriela, clavo y canela”, conoció a Neruda; con él trabó buena amistad, compartieron mucho de su arte y enriqueció su experiencia. 
En Buenos Aires, se hospedó en una sencilla pensión donde habitaban muchos gatos –una cantidad enorme-  y de ellos aprendió lo que es la discriminación: observaba como las señoras del vecindario les colocaban los alimentos y los gatos, por grupos totalmente discriminados primero los más jóvenes y fuertes; luego  los menos, hasta que les tocaba el turno a los más viejos y cicatrizados o enfermos; y finalmente las gatas; pasaban a comer sin mezclarse, respetando esa selección aparentemente caprichosa. De esa experiencia trajo más de cuatrocientos dibujos de gatos en todas formas caprichosas y raras, bellas láminas de felinos que aún hoy se exhiben en los salones para el asombro y gusto de los visitantes.  Después fue a México, allí habitó por poco más de tres años, de su estadía en ese bello y sorprendente país conservó grandes amistades entre los poetas y artistas de la época;  y fue allí, donde desarrolló una nueva técnica: “El repujado en alto relieve”  A partir de lo que los Italianos llamaban “Intaglios” y que ya estaba en desuso; técnica que también fue de su exclusividad:  Mojaba el papel, cartón o lo que fuera que deseara aprovechar, los metía al torque (una sencilla prensa lograda a partir de dos láminas y un tornillo sinfín) y al pasarlos por él, torcidos como si los fuera a exprimir o con agregados que iban desde objetos cotidianos como ganchos, pinzas para el cabello y pequeñas y sencillas piedras, el papel o el cartón salía al otro lado como si lo hubieran repujado en alto relieve o como si hubiera sido tallado.  En ese país acogedor comprendió que la geometría está en todo y que sencillamente sin ella la vida sería “imposible”  ya que el universo mismo reverencia la geometría como un principio básico de las relaciones entre los cuerpos, lo que no es nada diferente a la vida misma.  
Sus formas Geométricas y sus trabajos repujados en alto relieve cobraron gran importancia una vez radicado en Nueva york;  suponía él,  -así lo argumentaba en las entrevistas-   que tal vez por lo gigantesca de la ciudad, por su arquitectura monótona, sus construcciones de formas frías y seriadas –deshumanizadas-  se prendó de los colores básicos: “El negro y el blanco”, que pasaron a ocupar un lugar protagónico en sus trabajos de pintura y escultura.  Hizo del gran país del norte su casa, se movía como pez en el agua en sus salones y galerías, daba conferencias y disertaciones en claustros universitarios y en salones afamados;  mercadeó sus obras y aumentó en grandes, grandísimas proporciones el caudal de su fortuna.  Sin perder su habitat allí, volaba a Europa donde se convirtió en  “Vedette”  invitado a todos los acontecimientos importantes.
Ya cerca del final de siglo -1981-  a poco tiempo de redescubrir su patria chica, después de haber viajado por todo el mundo, teniendo su residencia en Nueva york pero almorzando en París o cenando en Berlín o Roma, itinerante con su obra por las principales galerías del planeta, fundó en su pueblo natal –Roldanillo-  el museo de arte que aún engalana nuestra geografía nacional y que lleva su nombre como un testimonio de su importancia y de su generosa intensión de llevar cultura y lúdica a sus paisanos y compartir con ellos algo de su progreso.     También en esa época recuperó  -según sus propias palabras-  el color.  –Lo había perdido al afincarse en los Estados Unidos-  Volvió a ver y a disfrutar el verde intenso, el rojizo de los ocasos y el azul del cielo tropical limpio y profundo.  Sin abandonar sus formas geométricas volvió a darle color a su trabajo y llegó inclusive a formular su famosa teoría del color amarillo en la cual afirmaba que ese color fue el primer color que reconocieron los primeros pobladores de la tierra y que acompaña al hombre desde la prehistoria hasta hoy en el Maíz  -aliado básico en nuestra alimentación-  y cuyo color Omar Rayo resaltaba como la mejor y más hermosa expresión de amarillo.  También apoyaba su teoría de dicho color en esos preciosos colores de los ocasos sobre occidente en las tardes vallecaucanas, cuando el astro pareciera sumergirse en el océano y su reflejo sobre el agua simula un incendio caluroso y asfixiante que contrasta con los arrebolados colores de amarillos incandescentes y tonalidades grises sobre un fondo de cielo que rápidamente se oscurece, en ocasos de tiempos cortos y fugaces que inspiraban a los pintores y fotógrafos en esa época y que hoy, a pesar de ser comunes por la facilidad de captarlos, aun nos descrestan y nos deleitan.

En el 2010, un día doce de Junio –a 82 años de edad-  y todavía activo y participativo dejó de existir en la ciudad de Palmira.  Lo sobreviven sus magníficas obras, el monumento a su memoria que es el museo Rayo en su Roldanillo natal, su esposa, doña Agueda Pizarro que lo regenta;  y su hija, Sara, que tratando de imitarlo tal vez, funge como pintora; además de su nieto Mateo, que seguramente estará preparándose para asumir el legado de tan importante artista.

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