UNA HERMOSA IMPRONTA
DE NUESTRA LITERATURA TERRÍGENA
(Reseña de “Otoños de
otras épocas”)
En contravía a la
tecnocracia digital que domina al mundo de hoy, aún quedan escritores en la
región andina que le apuestan al rescate del pasado, de nuestras costumbres y
nuestros mitos, como testimonio de los tiempos ya fugados pero vigentes
POR: JORGE HERNÁN FLÓREZ
HURTADO
DEL AUTOR Y SU OBRA
I
Por fortuna, algunos de
nosotros (tipificados despectivamente como “retros”), los que aún creemos en la
relevancia de la Historia y de los valores éticos, en la importancia de las
raíce ancestrales, en los legados que nos dejaron nuestros mayores, todavía nos
alborozamos cuando recibimos regalos y aguinaldos, y podemos disfrutar de los
libros en físico que nos señalan caminos que nos identifican y nos ayudan a
entender nuestro pasado y nuestras vivencias y nuestros senderos vitales y
nuestras costumbres y nuestras violencias y nuestros mitos y nuestros olvidos…
Hace menos de tres años,
como aguinaldo navideño, recibí un libro enviado por un gran amigo de Buga, Silvio
Terranova Arce, con el que compartí otrora muchos momentos de tertulia y
ciertas actividades en mi paso por la Facultad de Filosofía y Letras de nuestra
alma mater caldense. El libro,
titulado bellamente Otoños de otras
épocas, me causó una dulce emoción desde la primera impresión visual que
suscita su portada: Un campesino a pie limpio, asentado sobre un camino de
tierra magenta, que conduce unas bestias de carga y se dirige hacia una casa
pulcra, con flores rojas que resaltan en el fondo, en un telón natural y
cordillerano que se deslíe entre árboles y matorrales verdeazules. Y de esa
primera dulce emoción, pasé enseguida a embeberme en su lectura, de un tirón, y
volví a disfrutar, a gozar con aquella arquitectura literaria, con sus
elementos asumidos desde una estética realista, con los personajes bizarros que
desfilan por sus páginas.
Por esos días, oí como su
autor y artesano de palabras era entrevistado en los escasos programas
culturales que tiene nuestra radio, y afirmaba que, con su novela, quería dejar
testimonio de sus añoranzas, de sus ancestros y del recuerdo que dejan las
golosinas, en un “rescate montañero” de una literatura que ya va pasando al
olvido frente a la asepsia que caracteriza a las producciones culturales de
ahora, invadidas paradójicamente de temas escabrosos, músicas infernales, paradigmáticos
personajes nefastos, en fin. Todo lo que las Industrias Culturales manipulan e
inyectan en las mentes consumistas, especialmente entre los jóvenes afines a la
inmersión, la inmanencia, la incomunicación y la fragmentación; y la
saturación.
Meses después, pude conocer
en persona a CAMILO JOSÉ FORERO SERNA, en mi ciudad adoptiva, adonde él viajó
en compañía de su esposa Gloria, y comencé a entenderle más allá de la
vitalidad y el mensaje que caracterizan su obra que ya había leído con rapidez.
En una grata tertulia, acompasada por su amplio conocimiento de tangos
especiales, pude escuchar de sus labios lindas enseñanzas y algunas claves para
entender su intención cuando se dedica a enlazar las palabras en relatos,
cuentos, poesía, en crónicas ensayísticas y en su novela referida. Entre otras
cosas, me contó de su devoción por autores como Bernardo Arias Trujillo y el
grandioso Carlos Fuentes, pero también por el Machado de “Campos de Soria” y
las tesis americanistas de Fonseca Truque, y por las letras de tangos
inmortales que expresan el sentido de la vida y de las miserias del Hombre de
siempre.
Ahora, entonces, quisiera
referirme a su novela, publicada con su propio esfuerzo en agosto de 2014[1]
en Cali.
II
Dedicada a sus amigos, con
gratitud y cariño, Otoños de otras épocas
debe su nombre a un verso de Mario Benedetti, en “Señales de humo”:
(…) En la tarde vacía
pasan los venerables
mitos a la deriva
Otoños de otra época
nos fascinaban porque
éramos primavera (…),
puesto que, en el fondo,
resume gran parte de la intencionalidad de su autor: Describir, dejar
testimonio de los tiempos pasados, de ciertas vivencias y creencias que se han
ido esfumando con el correr de los tiempos, en esta desaforada carrera global
que nos encierra y nos ha venido transformando en todos los ámbitos, pero que
–por fortuna- no alcanza a desdibujar del todo lo local y lo terrígena, como
simbiosis de nuestras “culturas híbridas”, al decir de García Canclini.
Como señala el propio autor,
su novela es de carácter costumbrista, “(…) un bello relato de numerosas
experiencias propias y ajenas, en las que sin hacer apología del delito (que
hoy es tan común) narro acontecimientos y situaciones que me impactaron por su
importancia o por lo emotivas” (p. 10). Lo que reafirma Silvio Terranova Arce,
en su prólogo, cuando acota que es “una novela costumbrista de gran raigambre
histórica y sociológica” (p. 11). No obstante, yo agregaría que en ella se conjugan
elementos de ese costumbrismo con otros de corte más realista, porque conviene
recordar que, mientras el primer subgénero literario involucra la descripción
de “cuadros de costumbre”, en defensa de las tradiciones amenazadas por la
Modernidad, con una buena dosis de crítica social y de elementos de identidad
regional y de psicología de lo autóctono, es en el realismo en donde la
observación humana, los personajes descritos sin escapismos inútiles, su
intencionalidad manifiesta, se despliegan con mayor acierto, como lo podemos
palpar en Flaubert o en el genio de Balzac.
Otoños de otras épocas es la historia de una vida, enmarcada en un
personaje principal llamado Ricardo Zamorano, conocido con el remoquete de El Pollo, pero también de otras vidas y de otras vivencias que corren paralelas
al relato sobre este personaje central y protagónico, al que conocemos de
entrada a sus dieciséis años de edad, cuando -fugado de su hogar bugueño- es
adoptado por una pareja que vive de desvarar automotores, en el altiplano cundiboyacense.
Guapo y decidido, ya con
“pinta de hombre”, además de inteligente, alegre y juguetón, Ricardo Zamorano
ha viajado lejos de su hogar natal, con el propósito de abrirse a un futuro
promisorio y, en la asistencia que regenta su madre sustituta, se prendará de
una sensual brasileña, quien lo seducirá con su hermoso cuerpo moreno y sus
ojazos de fuego y de adivina, y lo iniciará en los deliciosos lances del amor
carnal:
“(…) Cae la noche, arropa tiernamente con su manto oscuro y
silencioso el altiplano y cada cual se dirige a sus habitaciones. En la suya,
Ricardo, recostado en la cama, mira al cielo raso y espera; espera una señal de
ella, una convención que pactaron para ir a cumplir la cita en la que Rosa de
Abril –el más hermoso capullo del lugar- le enseñará las artes y delicias del
amor; probará por vez primera las mieles de la pasión y sumergirá su cuerpo en
las tibias y deliciosas brumas del placer sexual. El hermoso cuerpo de la
morena se deslizará como agua fresca y deliciosa entre las manos juveniles y
torpes del muchacho. Sus senos duros y tibios, dulzones y alegres, parecerán
saltar al choque con la lengua húmeda del joven y el torso desnudo, de vientre
cóncavo, se entrelazará con su pecho vigoroso a un ritmo suave pero
desenfrenado, entre gemidos tenues de pasión” (pp. 25,26)
Además, Rosiña le enseñará
a trazar los sueños que marcarán su destino y los trucos y la psicología de los
juegos de cartas; enseñanzas que pronto aplicará en un primer lance de desafío
con un viejo y cañero apostador, a quien vencerá en una partida de baraja
española y quien le encimará el mote con el que será conocido desde entonces.
Y, de paso, se hará dueño de una yegua jugada a las cartas y saboreará las
caricias de la gorda Amalia, una antioqueña que le habla de su tierra natal, de
una Sonsón en donde recios colonos subieron piedra del lecho del Río Arma para
que otros la labraran y empotraran en la construcción de “la más hermosa
catedral católica del país”.
A partir de este episodio,
la diestra pluma del escritor hará vivir a su personaje principal múltiples
episodios, en un periplo vital que lo llevará a parajes diversos de nuestra
geografía: Con la plata ganada en la baraja, El Pollo adquiere la finca de un anciano vecino llamado Belisario
Peña y, en los alrededores de Sogamoso, comenzará a comprar yeguas y potrancas
para aumentar su propio hato; dormirá en fondas y posadas camineras, arrastrará
señales de su vivencia y de su suerte. Hará amistades entrañables, como
Pompilio Sanclemente, un gallero que ha sobrevivido a la violencia, o como
Miguel Gómez Gómez, un pereirano que ha perdido un brazo en una reyerta y que
se convertirá en su amigo para toda la vida; junto a ellos, Ricardo Zamorano,
trasegará por ferias y fiestas en el Tolima Grande y por caminos caldenses. En
Riosucio, en medio de una muchedumbre carnavalera, observa a una linda muchacha
aguadeña, Oliva María Arias, cobijada bajo la custodia del Padre Giraldo: una
jovenzuela “(…) de bellísimo rostro ovalado, de piel nacarada y ojos azules rasgados,
achinados” (p. 47), a quien pretende, y sueña con desposar.
El Pollo, entonces, decide regresar a Buga, su pueblo
natal, y se reencuentra con sus padres y hermanos, quienes lo reciben
alborozados, pues “(…) es el héroe del momento, es el hombre que regresó de las
tinieblas de quién sabe dónde, es el repatriado de ese país de olvido y de
silencio que habitan los seres desaparecidos... (p. 51)
A los meses, se entera por
boca de un amigo que la muchacha caldense ha dado a luz mellizos y que el
progenitor de sus retoños es el mismo cura…Amargado, se refugia en el licor y regresa
a sus andadas. Viaja por la Costa, retorna a administrar sus propiedades en el
Altiplano y vuelve a refugiarse en los cálidos brazos de la gorda Amalia:
“(...) Y la vida continúa”.
Seguidamente, un poco a la
usanza de Cervantes, Camilo José introduce relatos dentro del relato, que
aunque conservan aristas de contacto con la narración central, se convierten en
historias paralelas, como la que refiere la infancia, los avatares y la muerte
de Belarmino Carreño (en la primera sección de la novela que ha titulado El Pollo), y posteriormente en la
segunda parte, intitulada Orígenes,
cuando cuenta la historia de un negro cimarrón y de otros libertos (con una
fuerte impronta de Arias Trujillo), que se entronca con los fundadores de
algunos pueblos del Valle, lo que le sirve al autor para poner en escena a
Estelita González Moreno, quien termina por casarse con Ricardo Zamorano en una
celebración matrimonial que permanecerá en la memoria colectiva de “La Ciudad
Señora”.
En la última parte,
titulada Contrastes, llegarán los
vástagos de matrimonio: La mayor, Amparito, habilidosa y líder y coqueta,
terminará siendo una gran doctora en Medicina; Ricardo de Jesús y César Alberto
harán empresa, mediante la disciplina y las enseñanzas de su padre, y Reynaldo,
libertino desde joven, terminará asesinando a su compañera sentimental,
envenenado por los celos, y huirá de la escena del crimen y del orden mental.
Como en una ráfaga que
intenta ilar los contrastes de las vidas del protagonista y sus allegados (los
de aquellas otras historias, como Miguel y Pompilio), el autor entreverá los
cambios que se dieron en el mundo, con la llegada de los años maravillosos de
los sesenta del siglo que se apaga: El hombre llegará a la luna, vendrá el auge
de los televisores y de las modas sicodélicas, los mensajes de los hippies con
su Amor y Paz, las guerrillas, el Frente Nacional entre nosotros…los curas
alentando la guerra y la violencia partidista, mientras trafican con las mentes
de los niños y jóvenes que intentan “educarse bien”…
La Violencia, con
mayúsculas, catalizada con el asesinato de Gaitán, se repetirá una y otra vez;
los campesinos habrán de migrar hacia los centros urbanos; aparecerán los
carteles mafiosos, seguirá desangrándose el país de tierra magenta y bermeja.
El camino hollado por el
arriero de la portada seguirá ahí.
Mientras tanto, en “Villa
Zamorano”, a orillas del bello lago Calima, a sus setenta años, el caballista y
criador de equinos más famoso de Colombia se sentará en una silla, y morirá
tranquilamente:
Y así se fueron perdiendo en el tiempo aquellas historias
de vidas vividas con gran intensidad; historias de vida de gentes que tuvieron
el privilegio de vivir esos momentos románticos y hermosos que marcaron grandes
acontecimientos de la mano poderosa, fuerte y generosa de patriarcas y matronas
que vivieron aquellos amaneceres allende los tiempos idos, aquellos Otoños de otras épocas; aquellos
tiempos quizás mejores y más románticos
y más cálidos -afectivamente hablando- que los nuestros (p. 184)
III
COMENTARIO FINAL
Es evidente que la novela
presenta ciertos errores y trastocaciones estructurales, si se mira desde un
punto de vista académico, con ojos de crítico estricto, debido en parte -como
lo confiesa el propio escritor- a su reducido nivel de formación escolar; por
ejemplo, la inserción de historias y sucesos paralelos e independientes, a
veces, desvían la atención del lector del eje narrativo central; o el asomo de
elementos ensayísticos, aunque válidos, hacen desviar la atención de la tensión
narrativa. Pero, asimismo, en ello radica su valor, como esfuerzo de creación y
de superación personal en el oficio, máxime cuando es el fruto de la
combinación de vivencias personales de un autor-persona que quiere dejar su
testimonio, con su concepción y sus defectos, acerca de tramos de nuestra
realidad, de segmentos y personajes de carne y hueso que vemos cada día rondar
por nuestros campos y calles de los pueblos cordilleranos. Y más todavía,
cuando casi nadie ya realiza una labor similar, en un mundo embelecado de
tontas aplicaciones digitales, superfluas, volubles, consumistas y que ha
alvidado el calor que da el afecto, en seres de carne y hueso y no robots. Como
señala el propio Camilo José, con cierto sentido: “Sí, soy costumbrista -me
considero el último-.”
En muchos pasajes de la
novela reseñada, las descripciones de personajes y acciones logran una bella
factura realista con ribetes poéticos, porque su creador también es un hombre
hábil para el verso; mientras hay una saturación de elementos pertinentes a las
descripciones, en cambio hay ausencia de diálogos, lo que hace que muchos
pasajes narrativos pierdan dinamismo. Pero, estos faltantes se obvian al
detallar la riqueza de sus personajes bien definidos, el relato de vivencias
interesantes y hasta risueñas, el testimonio de fenómenos y costumbres sociales
ya olvidados, y los ritmos internos, entre otros logros que marcan una impronta
para las generaciones posteriores, que, como las presentes, andan un poco
despistadas, reconcentradas en el mutismo de estos tiempos, de otras épocas, de
otros otoños.
NOTAS FINALES.
1. Libretti, I.
(2017) Aparato digital e ideología de
Estado. Uso político de la e-imagen. Revista del Centro de Estudios
Visuales. NOiIMAGEN, número 1 (ACADEMIA)
2. Forero Serna, Camilo José (2014) Otoños
de otras épocas. Impresora Feriva, Santiago de Cali
Jorge Hernán Flórez Hurtado,
nacido en Aguadas (Caldas, 1958) y residenciado en Manizales, con estudios en
Filosofía y Letras, colabora con algunas publicaciones periodísticas y
literarias, con artículos especialmente sobre escritores universales y de la
región viejo caldense. Autor del poemario Esos
muchachos del Sur, tiene inéditos varios trabajos en cuento y novela.
No hay comentarios:
Publicar un comentario