jueves, 16 de abril de 2015

DE LA COLECCIÓN "AL COMPÁS DE UN TANGO"

  V I S I O N

                                                      “La lluvia de aquella tarde nos acercó unos
                                                       momentos,
                                                      Pasaste me saludaste….. y no te reconocí……
                                                      En el holt de un gran cinema, te cobijaste del agua,
                                                      Entonces vi con sorpresa, tu incomparable perfil”.
                                                                                       “Solo se quiere una vez”.
                                                                                                       Tango de C/Gardel.

Dentro del recinto bancario donde asistí a mi cliente hasta completar la diligencia que por tanto tiempo absorbió mi seso, no me percaté del torrencial aguacero que feroz y despiadado golpeaba sin compasión el pavimento.   Una vez en la calle, después de salir del banco, opté por recostarme contra una puerta fingiendo cubrirme con su umbral, para guarecerme un poco y desde allí vi frente a mí, en una ligera diagonal hacia la derecha, el amplio atrio que a manera de antesala sirve de espera ante las taquillas del famoso Cinema del norte, en la plaza del mismo nombre de la ciudad.   Atravesé corriendo la calle, se me inundaron los zapatos en el fuerte torrente de las aguas lluvias que en sentido este-oeste recorrían veloces la calzada como si buscaran también un refugio donde escapar.  Entonces la vi, al llegar a la plazoleta aquella pasé a su lado y con su hermosa sonrisa me saludó.   Abrazado a mi cartera portafolios me acomodé un poco más allá y procedí a sacudir el agua de mi chaqueta, extraje mi pañuelo y con él sobé mi cara y mis manos y me alisé los cabellos, entonces retardadamente mi cerebro me envió la señal de alarma:  Es ella me dije  -en pensamiento-   es ella.

Observé plenamente su perfil, la mire ligeramente tapada por las gentes que como yo, se congregaron en ese amplio atrio a guarecerse de la lluvia;  su hermoso e incomparable perfil que pareciera sacado de un camafeo, su divino rostro ovalado y su nariz recta sobre su pequeña y bien pulida boca que tantas veces mordisqueé con delicia;  y esa sonrisa casi imperceptible que  -como a la Mona Lisa-  le agrega un ligero aire de ausencia;  la triste profundidad de su mirada y su gesto gentil que pareciera tornarse en indefensión: ¡Es ella!.  La recorro con la mirada y veo entre sus manos un ajado sombrero de flores ya mustias,  un hermoso sombrero primaveral que le regalé hace ya mucho en una feria. Al momento me observa y baja la mirada como si se sintiera avergonzada y yo empiezo a moverme empujando suavemente a las personas que me rodean;  quiero ir a su lado, quiero escuchar su voz, quiero tomar entre mis manos sus manos frías de humedad y cubrirlas de besos, quiero estrecharla en mis brazos y decir muy quedo a su oído que ya no me iré de su vida nunca más.   Mientras estrujo  a mis vecinos para abrirme paso ella se aleja;  tal vez leyó en mis ojos la tortura que me causa su presencia y parte rauda, calle abajo, cubierta con su pobre sombrero de flores marchitas, sobre sus zapatos viejos ligeramente torcidos hacia los lados contrarios;  veo como resbala el agua lluvia, sobre aquel que fuera un precioso traje marrón y que ahora pardusco, avergonzado de su color, ligeramente la cubre.  Su imagen se aleja como tragada por la marea de las aguas presurosas bajo la lluvia incesante y yo, anclado al piso, inmóvil, sólo la veo desaparecer.

¡Qué momento de sublime emoción verla de nuevo, que cosa hermosa tenerla tan cerca y que dolorosa cobardía no haber roto el circulo de extraños que me contenía y asirla entre mis manos!.  Qué bello y que triste este momento, con razón dicen los poetas que sólo se quiere una vez!.   La máquina de la memoria empieza a traerme las hermosas imágenes del pasado, cuando casi niño la conocí;  cruzaba el umbral para salir de la adolescencia y me hacía un mocetón vigoroso y lleno de ansias de vivir.  Aquella bella dama me cobijó en sus brazos, besó palmo a palmo mi cuerpo y lo molió para extraer su elixir y con él embriagarse cada noche.   Con cuanto amor nutrió mi vida de joven alocado y soñador, que caudal de sueños y de emociones inundó  -como hoy este aguacero-   nuestras vidas.   Después, por circunstancias que es mejor dejar cubiertas por el olvido, la furia torrencial de nuestras vidas nos arrojó lejos tirándonos a playas lejanas, solos.    Mi vida continuó sin ella que me hizo hombre, terminé carrera y me gradué de abogado y a pocos, por noticias de farándula y de amigos me enteré que finalmente su carrera artística le concedía el triunfo que merecía y con él, las mieles del éxito y la felicidad.   Que rápidamente se precipitan en mi memoria los recuerdos gratos de la juventud.


                                          “Juventud…..divino tesoro
                                          ¡Ya te vas para no volver!
                                          Cuando quiero llorar, no lloro….
                                          Y a veces lloro sin querer.

                                           “Canción de otoño en primavera”                                                                                                                                                                                                                                                                      
                              Rubén Darío


Como no amaina esta lluvia tenaz y tengo mis zapatos ensopados y mis pies helados, decido caminar hasta la esquina y en la cafetería, buscar un lugar donde sentarme ante una taza de café con licor, caliente y olorosa, que me anime y me acalore, que me llegue hasta el alma y levante mi ánimo, que ahora acusa una desazón y una tristeza enormes.   Sentado ante una mesa con extraños que como yo ven llover, mi mirada se posa sobre un titular de un periódico que por esas cosas a veces inexplicables y caprichosas de la vida me queda justo enfrente, pues el contertulio del otro lado de la mesa lo sostiene alto, como si pretendiera taparse con él;  entonces leo el titular horrendo, que en letras grandes dice “Famosa actriz muere en accidente”  y bajo éste, en letras un poco más menudas dice como la famosa actriz María de Mi Corazón, llegando del aeropuerto a la ciudad, perdió la vida en una colisión de autos, la madrugada de hoy.

Ahora la desazón que sentía en el alma se me riega por todo el cuerpo, ahora la pena me invade totalmente; ahora comprendo que la bella María de Mi Corazón, se despidió de mi con su dulce mirada, mientras la lluvia no dejaba de caer, cubriéndolo todo con su húmedo manto, como si llorara inconsolable por su ausencia, como lo hago yo, cubierto con mi pañuelo, ahogando mis sollozos y mal disimulando mi dolor.


                                                      “Golpea la lluvia sobre los cristales
                                                         Y yo he de esperarte como si volvieras
                                                           Y todos mis días serán siempre iguales
                                                              Llenos de tristeza cuando no me quieras”

                                                                           Cuando no me quieras
                                                                                  Tango. Conjunto América.





DE LA COLECCIÓN DE CUENTOS "AL COMPÁS DE UN TANGO"

“LOS PENITENTES”  (Cuento)


                                        “El pueblito estaba lleno de personas forasteras
                                      Los caudillos desplegaban lo más rudo de su acción
                                  Arengando a los paisanos, de ganar las elecciones….”

                                                                    “Dios te salve mi hijo”  tango.                                                                          
                                                                                         Agustín Magaldi.

El viejo lloraba copiosamente, lloraba dando grandes alaridos de los que lo único que se podía extractar y medio entender era que alguien se lo había vaticinado.   En medio del llanto vociferaba como un loco que un santo se lo había dicho.
Yo a fuerza de codazos  -como todo en mi vida-  fui logrando penetrar el círculo de gentes que rodeaban a los caídos, que eran el señor que daba alaridos y lloraba gritando que un hombre santo se lo había anticipado y el muerto.     Tendido cuan largo era ante la puerta del café con sus ojos abiertos, enormes, brotados;  en un gesto que pareciera sugerir que en vez de haber sido muerto por un puñal que le atravesó el pecho y le partió el corazón      -como luego se supo-    hubiera sido asfixiado.    El papá lo tenía cargado sobre sus piernas y sostenía entre las manos su cabeza rapada al que llamaban “Estilo Humberto”  con una pequeña mota de pelo sobre la frente;  y el muerto, aún tibio, se movía a un lado y otro al vaivén que le imponía el señor llorando y repitiendo que un hombre santo se lo dijo;  mientras en el fondo musical que ambienta el café se escucha la hermosa voz de Magaldi que como en una oración reza:   “…un viejito lentamente, se quitó el sombrero negro, estiró las piernas tibias del paisano que cayó……lo besó con toda su alma, puso un grito entre sus dedos y goteando lagrimones entre dientes murmuró……pobre mijo, quien diría….que por noble y por valiente……..”

En honor a la verdad yo no puedo decir que pasó.   Después se supo que a “Cochino”  como todos en la galería llamábamos a aquel pelao, un tipo forastero, sin mayores argumentos le metió una puñaleta por debajo de la axila izquierda y lo atravesó de plano.   La punta de esa lanza salió a la axila derecha y como cosa rara no manó sangre.   En el lugar donde topó la cruz de la empuñadura se formó un gran rodete negro y al otro lado se hizo una hinchazón de color morado violeta, que por cierto a mí me pareció muy bonito ese color.   Los ojos se le brotaron hasta casi salirse de sus cuencas y como su papá lo zangoloteaba y lo sacudía al unísono con su gritadera, pues el cochino terminó hecho un amasijo morado;  mientras “La voz sentimental de Buenos Aires”  inundando el ambiente al son de las guitarras continúa con su canción:  “…..Voy a ir al camposanto y a la par con su abuelita, con mi pala y con mis uñas, una fosa voy a abrir…. Y a su pobre madrecita……y a su pobre madrecita…. le diré que usted se ha ido y que pronto va a venir……”

Como ya quedó dicho yo no vi nada de lo ocurrido allí, yo estaba a más de media cuadra terminando el aseo del lugar donde trabajo, que es una carnicería donde  -a pesar de mis catorce, recién cumplidos-  soy un experto desgüezador, se arreglar cerdos y reses, antes de colgarlos en los ganchos de exhibición al público;  además soy el mensajero, tengo una buena bicicleta monark marco 22, con parrilla y cajón para hacer entregas a domicilio.   Es por eso que don Pacho, el patrón, me sostiene el trabajo.   Varias veces, mis amigos del oficio en las galerías me han dicho que ese viejo es un aprovechado, que deshuesar una res y un cerdo para que amanezcan exhibidos en los ganchos antes de las seis de la mañana que es cuando empieza la clientela a asomarse por la carnicería, vale cuatro pesos;  también me dicen que asear el puesto al atardecer, cuando ya se ha terminado de vender la carne y después de haber recorrido el pueblo en la bicicleta con el cajón cargado de carne para entregar en las casas de los ricos o en los restaurantes, vale dos pesos;  y en general me dicen que el patrón se aprovecha de mi situación, pero que va, yo eso no lo creo, no lo veo así;  el patrón me da cuarenta centavos todos los días y los Domingos me da siete pesos, de los que le doy cinco a mi mamá y los otros dos se los doy a mi papá, pues para mí es suficiente con los cuarenta centavos de todos los días.

Ya ha pasado una semana desde que mataron al “Cochino”  y ya entiendo que fue lo que el papá quiso decir cuando lloraba a los gritos a las puertas del café, con la cabeza del pelao asida entre las manos y manando lágrimas.   

El patrón nos contó que cuando ellos estaban jóvenes, que no había galería sino una plaza de mercado, con mesas de madera y toldos de lona;  llegó al pueblo una romería de gentes a los que llamaban  “Los penitentes”  que iban por todas partes rezando en voz alta, visitando enfermos, implorando y a la vez, haciendo caridad e inclusive su líder hacía milagros.   
Don Pacho, mi patrón, está muy conmovido con este acontecimiento, pues recuerda con claridad todos los detalles de la época y nos describe al jefe de “los penitentes”  como un hombre blanco, mono;  muy grande y con una barba dorada que le llegaba al ombligo.   Dice que este barbado de gran belleza física tenía la facultad de sanar a quien le imponía las manos y que además donde llegaba se sentía una paz y una tranquilidad impresionantes y que por estas razones era considerado un santo por sus muchos seguidores y que éstos eran personas de pueblo sin nada especial, sencillamente dejaban lo que hacían y se iban en romería tras el santo.  

He aquí el cui del asunto:   Dice don pacho que en una ocasión en que estaba el hombre santo rodeado de personas que le escuchaban atentamente su predicación se dejó venir con esta perla:  “Uno de los aquí presentes que en estos momentos está  arrullando un chiquito recién nacido en su casa, deberá negar a su familia, dejarlos y seguirme”.   Como les parece?   que el que tuviera un chiquitín recién nacido tenía que abandonar la familia y seguir a ese santo!!   -agregó gesticulando mi patrón-   so pena de perderlo antes de que llegara a los catorce años.   Tenía que irse con “los penitentes”  entregarse a su causa abandonándolo todo, en caso de no hacerlo así, su recién nacido hijito no llegaría a los catorce años.    El relato del patrón culmina con el intento que hizo el papá del  “Cochino”   de seguirlos.   Se fue con ellos pero regresó muy pronto, con los pies llagados y mas flaco que ratón de iglesia de tanto hacer ayunos y dijo que no volvería a esas andadas pues el trago y las mujeres eran mejores que la oración y la piedad. 

Escuchando ese relato de boca de mi patrón comprendí por un momento el horrible destino de ese señor de perder de esa manera a su hijo.   Claro que el pelao estaba en los catorce pues yo a él le llevaba unos pocos días   -no se cuantos-    y yo ya cumplí mis catorce, ahora en el mes pasado.   Con qué cara ese papá mirará a sus otros hijos, si es que los tiene?   Con qué corazón hará una oración por su hijo apuñalado en una circunstancia absurda, por designio oprobioso de un supuesto santo que lo condenó a muerte sin otra razón que un capricho?

Yo callado, a un lado, escuchando hablar al patrón recreo en mi memoria la cara del “Cochino”  sus ojos brotados mirando al vacío, ignorante del drama que con su muerte aquí se vive, ignorante de que después de esa llorada su papá lo olvidará, así como lo olvidaremos los demás.