L A
S I L L A E L E C T R I C
A
Carlitos
“El boquesapo” llamado así por sus amigotes y compañeros del oficio de
la carnicería y matarifes, es un joven expendedor de carnes de tolda y mesa de
madera de cualquier esquina de plaza de mercado de pueblo. Aunque muy joven aun, ya cometió matrimonio y
vive en armonía con una bonita chica que le ha dado dos vástagos que hacen
parte muy importante de su vida, de su felicidad y que alimentan sus sueños y
sus ilusiones.
Los Sábados y Domingos arma su tenderete en la
plaza principal del pueblo; los Lunes no trabaja, los dedica a sus chicos y a
su mujer: Al río, al campo. Los Martes y Miércoles sale a “Buscar marrano”; que no
es otra cosa que ir por los campos aledaños buscando la vaquita o el torete,
así como el cerdo; para comprar y
sacrificar. Y así, retomar la rutina
de templar carpa al tenderete los Jueves y Viernes en una esquina de un caserío
cercano al pueblo, donde convergen varios caminos inter-veredales, conocido
popularmente como : “Tres esquinas” ; allí, campesinos y negociantes, chóferes y
trashumantes, se dan cita, para –como dijo el Filosofo: “Engañarse mutuamente”.
En ese caserío, dónde como ya esta dicho
trabaja Jueves y Viernes –Carlitos- que es
todo sonrisas y palabras amables hacia los demás; tiene un encanto: Deyanira.
Es esta una vieja guapa, de
suntuosas caderas que mueve deliciosamente al caminar sobre un par de rollizas
y bien torneadas piernas, que desde la apretada falda emergen para hacer babear
de lujuria y de deseo a todos los varones del lugar. Carlitos es manilargo con ella y ella le permite esa confianza y se deja cortejar
del muchacho, que ya en varias ocasiones, de madrugada –antes de armar toldo en la plaza- a “templado carpa” en el lecho de
Deyanira. Ella desde luego, tiene otros amigos y amantes
ocasionales; pero en su condición de
mujer gozona, fiestera y de muy buen ambiente; deja claro que lo que se llama compromiso, no
lo tiene con nadie.
Los días Viernes son la fina del mercado en
Tres esquinas. Los campesinos venidos
desde lejanas veredas ocupan la plaza desde la tarde y noche del Jueves
anterior, para ofertar sus Moras, Lulos, Cebollas, Tomates, Huevos, Quesos,
Yucas, Plátanos, Naranjas, Limones y toda suerte de verduras y productos
agrícolas de pan coger en grandes cantidades; los revendedores de los pueblos
vecinos caen allí a comprar para transportar hasta sus negocios y hacer la
reventa. La tarde de jueves suele ser
animadísima y aun en la noche el humo de las cocinas ambulantes, los aromas de
café acabado colar se mezclan con otros deliciosos aromas de guisos y de
asados; suenan Rancheras fiesteras y Tangos tristones y arrabaleros, y, como en
toda plaza de mercado, los ocasionales borrachitos se dan contra la paredes;
los pregoneros –voz en grito- anuncian
sus productos; pitan los carros pidiendo
vía; y así, amanece el viernes.
Aquel viernes será inolvidable para Carlitos y
Deyanira, los hará cómplices. Ella
apenas amanece se asoma a la ventana de su cuarto, que es en el segundo piso de
la casa de enfrente al tenderete de Carlitos y lo llama ansiosa. El hombre que ha terminado ya de colgar en ganchos -de las vigas del toldo- las carnes para su
expendio y se apresta a su labor, la oye, la mira y le dice con señales que
ahora no; pero ella es incisiva y con gran aspaviento le insiste. El hombre preocupado deja allí –a manera de vigilante- a un amigo y sube las
escaleras hacia Deyanira, dispuesto a decirle que a esta hora ya no es posible,
que se vuelva a dormir y él mas tarde –cuando acabe- pasara por allí a
prodigarle sus caricias y a poseerla deliciosamente, como a ella le gusta. Pero,
o sorpresa, tendido en la cama hay un hombre desnudo, tiene la mirada perdida,
dilatada, hacia el vacío, gélida y gris.
El parroquiano que yace cuan largo es, en la cama de la alegre dama,
esta muerto. Ella a su lado, con una
batola que maldiscimula su desnudes, solloza.
Dice a Carlitos con dificultad que aquel hombre en medio de la
diversión, en el mejor momento del jaleo, en vez de eyacular, expiró. A tremendo lío, cómo va a hacer ella para
presentarlo ante nadie en aquella facha?
Habrá por lo menos que vestirlo y a esa tarea se entregan los dos. El
con gran esfuerzo manipula al finado –que tipo tan pesado- para que ella entre
sollozos, sorbidas profundas de mocos y atropelladas avesmarías ; proceda a
embutirlo en sus grandes pantalones, no si antes pasear sus preciosas manos por
los bolsillos diciendo simultáneamente: “Estas me las pagás”. –Y de
contadito- piensa al observarla
Carlitos.
Con grandísimo esfuerzo lo han pasado a un sillón
de la salita que ocupa el mismo recinto del cuarto –Que cosa si los muertos son
pesados- Lo sientan, lo acomodan, le
ponen la camisa y le arreglan un poco el pelo; pero definitivamente el finado
no colabora, lo dejan así y el con estrépito se reacomoda asa, y ni perder el
tiempo pidiéndole que se porte juicioso y no se desacomode; no, el tipo es como si no oyera.
Finalmente, bañado en sudor y horrorizado
Carlitos regresa a sus labores, mientras la viuda
-que digo- la vieja Deyanira termina por calzar
al finado; medio se arregla ella un poco y dale, a salir a hacer público el
hecho. Empieza por decirle a Carmelina
-su vecina- Dotada de gran capacidad para
la comunicación. Carmelina es la
pregonera mas reconocida del lugar y –meritoriamente- ese reconocimiento
trasciende las fronteras del solar familiar y llega lejos, a los confines de
otros pueblos donde su lengua es temida por flamígera y dañina. Con decirle a ella que don Evaristo –viejo
rico del pueblo- subió a su casa a pedirle no se qué favor y le dio el infarto
allí mismo, en la silla de la sala, mientras ella en la cocina le servia un
tinto; asegura Deyanira que la noticia
se difundirá rápidamente y desde luego,
debidamente detallada y aumentada.
Al pasar los días se tejerán unas magníficas historias
de este suceso, se dirá ésto y aquello y
finalmente sobre la indigna testa de la hermosa Deyanira se pondrá gravado como
impronta su nuevo nombre: “La silla eléctrica”
y en el manual dirá claramente: “Peligro, alto voltaje, no apta para
viejitos ni para cardiacos.