No. 1.
L A M U E R T E .
¡¡ Mario, Mario !! Con voz sonora y clara, la señora desde la
cocina llama reiteradamente a su hijo, después de sentirlo salir del baño hace
apenas un momento. El hombre está
sentado en el bordo de la cama anudando el segundo de sus zapatos, pues el
primero ya está listo, cuando escucha nítida y fuerte la llamada de su
madre. Suspendió lo que estaba haciendo
y se puso en pie, cerrando simultáneamente el cinturón ancho de cuero, que con
una gran hebilla de herraje niquelado le sirve para mantener firmes sus
pantalones vaqueros; cuando le llegó por
segunda vez la voz firme de su madre, llamándolo de nuevo: ¡¡Mario,
Mario!! -Esta vez la señora,
ante la ausencia de respuesta de su hijo, sale de la cocina y se dirige al
cuarto-. Mario es un hombre robusto,
de gran estatura y a pesar de su juventud es tímido y enfermizo, supremamente
nervioso, últimamente acusa una mayor afectación de su nerviosismo recurrente y
ha llegado hasta lo que su madre considera extremos: La ha enviado al médico a que le ordenen
exámenes y le evalúen su estado general de salud acusando una preocupación
fuera de lo acostumbrado e inclusive velando su sueño y arrimando el oído
cuando creé que está dormida, a escuchar su respiración; situación que se ha limitado a explicar
lacónicamente con la breve disculpa de no querer que a su vieja le suceda nada
que él pueda evitar. El
hombre, -presa del pánico- sale
corriendo del cuarto y al hacer el giro ante la puerta que da al amplio
corredor de la casa tropieza con la señora, que al no obtener respuestas en sus
reiterados llamados decidió venir por sí misma a investigar que pasa con su
hijo. El tremendo impacto de la
colisión los arroja en sentido contrario, simultáneamente a cada uno: El cae de espaldas contra la hoja de lámina
de la puerta del cuarto y termina sentado en el suelo del umbral y desde esa
posición mira como su madre cae de espaldas cuan larga es, descargando todo el
peso de su cuerpo
-acelerado por la fuerza que le imprime el voluminoso cuerpo de su hijo
al impactarla- contra su cabeza, que
estalla contra el piso como un fruto maduro al desprenderse de una rama y
reventar contra el suelo. Rápidamente
Mario reacciona y se abalanza sobre ella mientras grita repetidamente : Mamá, Mamá!!
Pero ya su madre no lo escucha, tendida en el suelo, inmóvil, poco a
poco a su alrededor se forma un charco de sangre de un tono rojo intenso, casi
negro, que entrapa las manos de Mario al levantarla por el cuello y acercarla a
su pecho mientras la llama sollozando:
Mamá, mamá, dime algo; háblame
por favor mamá…..!!
En un momento la casa se llena
de gente, vecinos que al escuchar los gritos y llamados de Mario acuden con el
ánimo de ayudar; desprenden al hombre
del cuerpo de su madre y le hablan tratando de calmarlo; le dan a oler servilletas y pañuelos con
alcohol y aguas de colonia para tratar de tranquilizarlo. Con la compañía de una vecina, la señora es
conducida en una ambulancia a una clínica cercana, donde a las doce y dos
minutos del día siguiente, es declarada oficialmente muerta.
No. 2. LA
PREMONICION.
Mario Agudelo está sentado
hablando con sus dos únicas hermanas en la cafetería de la sala de velación de
la funeraria “Flórez”; ya está aclarando el día -amanecieron velando el cadáver de su madre
en la compañía de algunos pocos vecinos y amigos- y a
esta hora se encuentran tomando café.
Ya Mario les ha hecho un relato detallado de aquel absurdo accidente que
cobró la vida de su madre y ahora les comenta acerca de los antecedentes que lo
precedieron, motivado por la curiosidad que despierta en sus hermanas el hecho
de que él se abrogue la culpa de lo que sucedió. Yo me aficioné
-les dice- a ir a consultas
donde brujos y adivinos y todas las clases de mentalistas, ocultistas y
charlatanes que existen, después de que me sucedieran algunas cosas
extrañas. A mi un hombre me predijo con exactitud tremenda lo que me
sucedió en el inmediato futuro. -Pero
Mario, le interrumpe una de sus hermanas-
Cómo es posible que tu creas que tienes la culpa de la muerte de
mamá? A lo que la otra hermana
agrega: Por que tu crees eso y que es
lo que te hace sentir tan mal ? Explícanos
eso por favor, pues siempre fuiste su
protector, su apoyo y cuidabas de ella con un celo, diría yo exagerado. Sus dos hermanas son dos señoras mayores
que él, por razón de sus matrimonios respectivos viven distantes de allí y
distantes entre sí; prácticamente
aprovechaban para entrevistarse las visitas a su madre y claro, ahora su
sepelio. El hombre a manera de
respuesta les dice: Justamente es lo
que quiero que sepan, cómo ocurrió todo esto, cómo se precipitaron estos
acontecimientos; es para mí supremamente
doloroso repensar esto pero debo hacerlo.
Estaba yo sentado en un asiento múltiple -de esos de tres sillas de plástico- en la sala de espera del aeropuerto esperando
al doctor Jaramillo, quien había quedado conmigo de ayudarme con una
recomendación para un empleo en el hospital local; cuando a mi lado vino a sentarse un viejo negro,
muy elegante y perfumado; sus zapatos
resplandecían de lustrosos y con un maletín ejecutivo y un abrigo doblado en el
antebrazo, me habló con voz grave -yo diría que ronca- el viejo me saluda; Luego se queda mirándome a través de sus
anteojos claros, límpidos, enmarcados en carey;
sus ojos de un gris de hielo me recorren por un momento y luego el
hombre, con su vozarrón ronco me pregunta:
¿Tiene usted una cita con alguien aquí?
….Yo, entre molesto y sorprendido por lo que consideré un atrevimiento
le contesté que no; y le expliqué que me
limitaba a esperar el arribo de un amigo y que para mí era de mucha importancia
entrevistarme con él, por eso lo esperaba y le agregué que quería lograrlo allí
sólo, pues si lo dejaba llegar a la ciudad ya me sería muy difícil
entrevistarlo. –Usted pierde su
tiempo- Me respondió el viejo si dejar
de observarme. ¿Cómo? -Le
preguntó yo- Y el hombre se despacha
con la siguiente respuesta, que vino a cambiar mi vida y que jamás
olvidaré: “Mientras usted está aquí
esperando al que no vendrá, se perderá de atender a alguien que lo buscará hoy,
después de medio día en su casa y que lo llevará directamente a un empleo que
será para toda la vida. –Y
remató- Si no se marcha de inmediato
no alcanzará esa cita con su destino”
Y dando por terminada la charla me dio un ligero golpecito en el hombro
a manera de despedida y se levantó a perderse entre la gente. Quedé lelo, quedé estupefacto viendo como
avanzaba alejándose y de pronto se paró, giró sobre sus pies y me miró como si
me recriminara; para luego continuar su
marcha; yo me levanté de la silla y
salí rápidamente de ahí. –El hombre
hace una pausa, toma un sorbo y carraspea su garganta, para luego continuar su
relato- El bus me dejó frente al
colegio Mayor, allí recogí mi bicicleta y tomé para mi casa. Recuerdo como si fuera hoy -con absoluta claridad- que en ese momento sonó la sirena de los
Bomberos, que rutinariamente suena justo a las doce del día; cumpliendo con una costumbre tal vez muy
antigua y que a mí, personalmente me parece absurda, de sonar a esa hora,
siempre, fastidiando a los que tenemos el dudoso privilegio de habitar en su
cercanía. Entré a la casa, y mamá, como
si me viera llegar o como si me hubiera estado esperando, me dijo que fuera
rapidito a la tienda y le trajera algo
-no recuerdo qué- caminé hasta
la esquina y allí -en la tienda- estaba don Pedro Ruíz, quien fuera el
entrenador del equipo de fútbol en el que había jugado hasta el año
anterior; estando jugando con él fue
que me lesioné y tuve que dejarlo. El
hombre me saluda de mano y me dice: “Mario, que bueno que te veo, ando en tu
búsqueda” ¿qué estás haciendo? Nada don Pedro -le respondo-
no he podido conseguir trabajo.
“Tomá esta tarjeta -me dice el
señor, extendiéndome su mano para alcanzarme una tarjetica de cartón de presentación
personal- aparecete mañana a las ocho
en el Juzgado noveno municipal, bien presentado, para que entrés a trabajar que
ya todo está arreglado”. Gracias don
Pedro, yo creía que usted ya no se acordaría de mí. –Le dije-
Y él me contestó: “No mijo,
después de la lección que lo sacó del fútbol y conociendo la calidad de persona
que es usted yo no lo abandonaría. De
todas maneras pase por el club para que hablemos o por lo menos llámeme y me
cuenta cómo es que le acaba de ir”. Nos
dimos nuevamente la mano para despedirnos y se fue.
De eso hace ya diez años -que es lo que llevo trabajando en el
juzgado- desde entonces mi
preocupación principal siempre ha sido volver a ver al viejo del aeropuerto, en
todas partes donde voy o estoy, lo busco;
me quedó una fijación mental con
él; averiguándolo he ido a dar donde
toda clase de brujas y pitonisas, adivinos y charlatanes de todas las
pelambres; con decirles que me he vuelto
un experto en el tema y sé con muy poco margen de error quien es acertado y
quien no. Bueno, bueno…. Pero que pasó
con lo del accidente -pregunta,
interrumpiendo una de sus hermanas-
Justo a eso voy -responde
Mario- hace hoy precisamente un mes que
con un grupo de compañeros de la
Facultad de Derecho de la Universidad de San
Isidro -donde estoy a punto de
graduarme- fuimos al aeropuerto a
despedir a una pareja de amigos que partían a su luna de miel; y estando en aquella misma sala -como hace ya diez años- el mismo viejo que tanto y tan tenazmente
busqué se sienta a mi lado, me palmotea la espalda como si fuéramos viejos
amigos y me dice: “Hijo,
en un mes, a partir de hoy; tu madre
morirá” -Cómo es eso, no, no me lo
diga…que hago…? Cómo que morirá…. No,
no puede ser- Yo todo aterrado me
cogía la cabeza y manoteaba ante el viejo, que sólo atinaba a mirarme con sus
ojos grises, de hielo; de repente se
levanta del asiento y empieza a alejarse mezclándose entre la multitud de
gentes que a esa hora abarrotaban el corredor que intercomunica las salas de
espera del aeropuerto. Yo prácticamente
corría a su lado gimoteando cuando un Policía me hace detener, me observa como
si buscara algo en mí; luego me arrastra
hacia un rincón y procede a requisarme y a pasar revista de mis
documentos; cuando le exijo que me
explique por qué me molesta me responde que en ese lugar no es normal que una
persona corra y grite y que eso me hace sospechoso de algo y que además me
conducirá a un lugar dónde requisarme más exhaustivamente; todos mis compañeros nos rodean y explican
con grandes voces que somos del mismo bando
-el bando de la justicia- y
además le cuentan detalladamente que estamos haciendo allí. Finalmente el tipo me deja en paz, después
de exigirme que le explique por que corría y de ofrecerle una disculpa y cuando
le doy la explicación del asunto se limita a sonreír y a decirme con algo de
sorna: “Aquí se pasean muchos fantasmas; no es el primero que da ese tipo de versiones. –Y agrega-
A veces creo que muchas de las personas que uno ve aquí no son
reales” Yo, en mi defensa digo que el
tipo me tocó en el hombro a manera de saludo;
pero el policía se limita a despedirse cortésmente y me deja hablando
solo.
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